La Chef Olvidada Regresa Triunfante

La Chef Olvidada Regresa Triunfante

Gavin

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Capítulo

El olor a manteca quemada y a sueños rotos se había pegado a las paredes de mi pequeño departamento. Yo era Sofía Romero, la prometedora chef que iba a revolucionar la cocina mexicana, ahora solo una sombra de lo que fui, vendiendo quesadillas en un puesto en el mercado La Merced. Todo se lo llevó Carlos "El Chakal" Mendoza, mi exnovio, mi socio, el ladrón de mis recetas. Vino a mi puesto, burlándose, y tiró al suelo los jitomates que Doña Elvira me fiaba. "¡Recógelos!", le dije, con una voz que él no conocía. Carlos no los recogió. Se fue riendo, y con su marcha, un doloroso recuerdo me golpeó: él ya había saboteado nuestro sueño una vez, y yo, cegada por el amor, se lo había perdonado. Vi en sus ojos el mismo desprecio, la misma crueldad, solo que ahora alimentada por la vanidad de Valentina, su nueva socia y novia. Y fue entonces cuando lo entendí: no solo me robó las recetas, sino que vaciaba mi alma por dentro, como un parásito. Pero ya no más. Encerrada en mi pequeña cocina, con el libro de recetas de mi abuela como mi única compañía, desentrañé el secreto de nuestros sabores, aquellos que Carlos nunca podría entender ni replicar, porque estaban hechos de amor, de historia, de una herencia que él jamás podría robar. Empecé a resurgir, mientras su imperio de food trucks se desmoronaba por la avaricia y la falsa fama. Cuando la gente empezó a reconocer mi sazón, a hablar de mi mole de chicatana como una obra de arte, supe que era el momento. Mi nombre apareció en el puesto número uno del concurso "Sabor Nacional", mientras el suyo apenas lograba colarse en el 48. La balanza comenzaba a inclinarse. Pero Carlos, en un acto de desesperación, orquestó una vil campaña de desprestigio en mi contra en redes, acusándome de fraude y de robarle a él. El blog se hizo viral. Esta vez, no me derrumbé. Lo enfrenté públicamente, en una rueda de prensa, con mi abogado y la policía a mi lado. Lo acusé de difamación y robo de propiedad intelectual. Su fachada de rey intocable se hizo pedazos. Valentina, presionada, se derrumbó y confesó su participación, siendo arrestada. La guerra había cambiado de frente, pero no había terminado. Los padres de Carlos me miraban con un odio rencoroso, echándome la culpa de la desgracia de su hijo. Y luego la bomba: Valentina les dijo que estaba embarazada. De repente, se convirtió en la futura madre de su nieto, un "heredero" para Carlos. Era una farsa. Pero ellos se la tragaron por completo. Planearon una boda. El día de la semifinal, Valentina me provocó, acariciando su vientre abultado y burlándose de mí, diciéndome que Carlos ganaría y me mandarían una postal desde Europa. Solo pude sonreír con genuina lástima. En la final del "Sabor Nacional", con la calma absoluta de quien cocina con el alma, vi cómo el caos explotaba fuera de la cocina. Decenas de jóvenes, furiosos, irrumpieron en el estudio. "¡Estafador!". Las pantallas gigantes mostraron la noticia de última hora: Carlos había sido descubierto en una estafa masiva de exámenes de admisión universitarios para financiar su lujosa vida. La multitud se abalanzó sobre él. Fue arrastrado, golpeado, ensangrentado. Valentina intentó huir, pero fue rodeada. En mi casa, lloré de puro alivio. Carlos fue sentenciado a cinco años de prisión. Su imperio se desmoronó. El dije de jade de mi abuela, frío y sólido, colgaba de mi cuello. Mi vida, la de verdad, apenas estaba comenzando.

Introducción

El olor a manteca quemada y a sueños rotos se había pegado a las paredes de mi pequeño departamento.

Yo era Sofía Romero, la prometedora chef que iba a revolucionar la cocina mexicana, ahora solo una sombra de lo que fui, vendiendo quesadillas en un puesto en el mercado La Merced.

Todo se lo llevó Carlos "El Chakal" Mendoza, mi exnovio, mi socio, el ladrón de mis recetas.

Vino a mi puesto, burlándose, y tiró al suelo los jitomates que Doña Elvira me fiaba.

"¡Recógelos!", le dije, con una voz que él no conocía.

Carlos no los recogió.

Se fue riendo, y con su marcha, un doloroso recuerdo me golpeó: él ya había saboteado nuestro sueño una vez, y yo, cegada por el amor, se lo había perdonado.

Vi en sus ojos el mismo desprecio, la misma crueldad, solo que ahora alimentada por la vanidad de Valentina, su nueva socia y novia.

Y fue entonces cuando lo entendí: no solo me robó las recetas, sino que vaciaba mi alma por dentro, como un parásito.

Pero ya no más.

Encerrada en mi pequeña cocina, con el libro de recetas de mi abuela como mi única compañía, desentrañé el secreto de nuestros sabores, aquellos que Carlos nunca podría entender ni replicar, porque estaban hechos de amor, de historia, de una herencia que él jamás podría robar.

Empecé a resurgir, mientras su imperio de food trucks se desmoronaba por la avaricia y la falsa fama.

Cuando la gente empezó a reconocer mi sazón, a hablar de mi mole de chicatana como una obra de arte, supe que era el momento.

Mi nombre apareció en el puesto número uno del concurso "Sabor Nacional", mientras el suyo apenas lograba colarse en el 48.

La balanza comenzaba a inclinarse.

Pero Carlos, en un acto de desesperación, orquestó una vil campaña de desprestigio en mi contra en redes, acusándome de fraude y de robarle a él.

El blog se hizo viral.

Esta vez, no me derrumbé.

Lo enfrenté públicamente, en una rueda de prensa, con mi abogado y la policía a mi lado.

Lo acusé de difamación y robo de propiedad intelectual.

Su fachada de rey intocable se hizo pedazos.

Valentina, presionada, se derrumbó y confesó su participación, siendo arrestada.

La guerra había cambiado de frente, pero no había terminado.

Los padres de Carlos me miraban con un odio rencoroso, echándome la culpa de la desgracia de su hijo.

Y luego la bomba: Valentina les dijo que estaba embarazada.

De repente, se convirtió en la futura madre de su nieto, un "heredero" para Carlos.

Era una farsa.

Pero ellos se la tragaron por completo.

Planearon una boda.

El día de la semifinal, Valentina me provocó, acariciando su vientre abultado y burlándose de mí, diciéndome que Carlos ganaría y me mandarían una postal desde Europa.

Solo pude sonreír con genuina lástima.

En la final del "Sabor Nacional", con la calma absoluta de quien cocina con el alma, vi cómo el caos explotaba fuera de la cocina.

Decenas de jóvenes, furiosos, irrumpieron en el estudio.

"¡Estafador!".

Las pantallas gigantes mostraron la noticia de última hora: Carlos había sido descubierto en una estafa masiva de exámenes de admisión universitarios para financiar su lujosa vida.

La multitud se abalanzó sobre él.

Fue arrastrado, golpeado, ensangrentado.

Valentina intentó huir, pero fue rodeada.

En mi casa, lloré de puro alivio.

Carlos fue sentenciado a cinco años de prisión.

Su imperio se desmoronó.

El dije de jade de mi abuela, frío y sólido, colgaba de mi cuello.

Mi vida, la de verdad, apenas estaba comenzando.

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