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No Soy Tu Banco de Órganos

No Soy Tu Banco de Órganos

Gavin

5.0
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Capítulo

Iván Castillo, heredero de la ganadería Salazar, prometido de la hermosa Luciana y leyenda taurina en ciernes, vivía una vida perfecta, el orgullo de sus padres adoptivos. Pero su mundo se hizo añicos el día que apareció Máximo Salazar, el hijo biológico "perdido" de la familia. De repente, la familia que lo adoraba empezó a verlo como un "usurpador", exigiéndole un riñón para el "delicado" Máximo, acusándolo de robarles todo y tratándolo como un mero banco de órganos. Su prometida, Luciana, le ofreció casarse con él... si donaba. Don Ricardo le escupió que solo lo salvó por su sangre compatible, que su vida les pertenecía. ¿Cómo pudo el amor de veinte años convertirse en un desprecio tan vil y absoluto de la noche a la mañana? Fue en la mesa de operaciones, mientras su cuerpo fallaba y Luciana ordenaba "¡sigan, él puede soportarlo, salven a Máximo!", que Iván Castillo murió, no sin antes escuchar una voz fría: "Misión fallida. Iniciando transferencia a nuevo anfitrión. Nueva misión: Venganza y una nueva vida".

Introducción

Iván Castillo, heredero de la ganadería Salazar, prometido de la hermosa Luciana y leyenda taurina en ciernes, vivía una vida perfecta, el orgullo de sus padres adoptivos.

Pero su mundo se hizo añicos el día que apareció Máximo Salazar, el hijo biológico "perdido" de la familia.

De repente, la familia que lo adoraba empezó a verlo como un "usurpador", exigiéndole un riñón para el "delicado" Máximo, acusándolo de robarles todo y tratándolo como un mero banco de órganos.

Su prometida, Luciana, le ofreció casarse con él... si donaba. Don Ricardo le escupió que solo lo salvó por su sangre compatible, que su vida les pertenecía. ¿Cómo pudo el amor de veinte años convertirse en un desprecio tan vil y absoluto de la noche a la mañana?

Fue en la mesa de operaciones, mientras su cuerpo fallaba y Luciana ordenaba "¡sigan, él puede soportarlo, salven a Máximo!", que Iván Castillo murió, no sin antes escuchar una voz fría: "Misión fallida. Iniciando transferencia a nuevo anfitrión. Nueva misión: Venganza y una nueva vida".

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Tres años. Tres largos años desde que Alejandro, el hombre con el que iba a casarme, me abandonó en el altar, alegando una ridícula "iluminación espiritual" para unirse a una secta. La verdad, sin embargo, era mucho más sucia y terrenal: no había secta, solo Laura, una mujer a la que Alejandro, mi prometido, había decidido "rescatar" de la miseria para casarse con ella y escalar socialmente, dejándome a mí, Sofía, como daño colateral. Ahora, la mansión se abre de golpe y él está de vuelta, con la misma arrogancia, y a su lado Laura, embarazada, sus ojos recorriendo mi hogar con una mezcla de envidia y triunfo, como si esta casa también les perteneciera por derecho. Con una sonrisa torcida, Alejandro anuncia: "Sofía, he vuelto. Laura y yo nos casaremos. Ella espera a mi hijo. Pero no te preocupes, siempre habrá un lugar para ti a nuestro lado, como una hermana". Escuchar su propuesta, tan audaz como absurda, me revolvió el estómago. Recordé la humillación, las miradas de lástima, las fotos de él y Laura construyendo la vida que me robaron. Mi aparente sumisión los desarmó, se sentaron victoriosos en el sofá, pero justo entonces, un torbellino de energía infantil irrumpió: "¡Mami!" Mi hijo Daniel, de dos años, corrió a mis brazos, y la sonrisa de Alejandro se congeló, su arrogancia reemplazada por el shock. Laura lo miró fijamente, con incredulidad y furia contenida. Entonces, con la inocencia pura de un niño, Daniel señaló el retrato de su padre sobre la chimenea: "¿Dónde está papá? ¿Papá no ha vuelto todavía?". Esa pregunta, cargada de un significado que pulverizó su mundo, destrozó por completo el universo de Alejandro. Su cara, petrificada, pasó del shock a una furia oscura y profunda: ¿De qué demonios estaba hablando? ¿Quién era este niño?

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Hoy era el día de mi boda, el día más feliz de mi vida, o al menos eso creía. Mi teléfono vibró y la voz de mi prometido, Ricardo, al otro lado de la línea, heló mi corazón. "No voy a ir, Sofía. Se acabó. Estoy con alguien a quien realmente amo, alguien que no es una diseñadora fracasada como tú." Y entonces, escuché su voz. "Ricardo, mi amor, cuelga ya, tenemos cosas más importantes que hacer." Era Valeria, mi propia hermana. El mundo se derrumbó a mis pies, y después, la oscuridad. Desperté en un hospital, el dolor en mi cabeza y en mi alma era insoportable. Laura, mi dama de honor, me mostró la pantalla de su teléfono. Ricardo y Valeria, besándose apasionadamente en Instagram, rumbo a París. "Empezando la verdadera aventura con el amor de mi vida, mi Valeria. Te compré el taller de tus sueños." Y la foto de mi sueño, el local de mi taller, con un letrero de "Vendido". Corrí al baño, vaciando mi estómago mientras la humillación me consumía. Ricardo nunca me amó. Fui solo un escalón para él. Mi hermana, mi cómplice. La verdad me golpeó con la fuerza de un rayo cuando el médico confirmó la pérdida de mi bebé. No lloré. Ya no quedaban lágrimas. Regresé al departamento para recoger mis cosas, encontrando a Valeria ya instalada, riéndose de mí mientras Ricardo la arropaba con mi bata. Mis diseños. Ricardo se negó. "Valeria los va a usar, ella sí sabrá cómo sacarles provecho." La rabia me cegó, pero él me empujó, me encerró en el armario, en mi peor pesadilla, mientras se entregaban al placer al otro lado de la puerta. "Te arrepentirás de esto, Sofía." Sus palabras resonaron. Pero al día siguiente, cuando Ricardo abrió la puerta, ya no encontró a la Sofía rota y sumisa. Una fría determinación nació en mí. Le tendí los papeles del divorcio, disfrazados de seguro. Él firmó, ajeno a mi jugada. Mientras Ricardo celebraba el triunfo de Valeria en televisión, mostrando mi vestido como suyo, supe que era el momento. "Gracias por la lección", escribí en la nota que dejó en su cama, junto al informe de mi aborto. Con Laura, me escapé por una puerta trasera. El aeropuerto me esperaba. Adiós, Ricardo. El juego acaba de empezar.

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