No Hay Perdón para Tí

No Hay Perdón para Tí

Gavin

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Capítulo

Mis manos, acostumbradas a curar con hierbas y oraciones, se mancharon de sangre la noche en que el mar trajo a mi orilla los restos de un yate y a dos hombres heridos: Roy y Máximo. Soy Lina Salazar, la última santera de mi linaje, y cuidé de ellos con la inocencia de quien cree en el destino, entregando mi cuerpo a uno y mi corazón, erróneamente, al otro. Creí que la promesa de matrimonio de Roy y la vida que él me ofreció lejos de la pobreza eran el regalo de los santos, pero el día de la boda llegó y él nunca apareció. Máximo, su hermano adoptivo, apareció solo con una desgarradora revelación: Roy se casaría con otra, y el hijo que esperaba no era de Roy, sino suyo, fruto de aquella noche de vulnerabilidad. Devastada y humillada, en mi desesperación, acepté casarme con él, creyendo encontrar un salvador y un amor verdadero. La falsa paz de nuestro matrimonio se derrumbó una noche cuando una masacre arrasó mi pueblo, silenciando para siempre las vidas que yo conocía. Perdí a mi bebé en aquel horror, y el duelo de Máximo, su promesa de venganza, me ataron aún más a él, el único pilar que me quedaba en un mundo en ruinas. Tres años después, embarazada de nuevo y aferrándome a una frágil esperanza, escuché la conversación que destrozó mi alma. Máximo no solo admitía haber orquestado la masacre de mi pueblo para proteger a la prometida de Roy, Scarlett, sino que despreció mi segundo embarazo por considerarlo "contaminado" y planeaba deshacerse de mi hijo de forma discreta con hierbas abortivas. Mi cuerpo fue forzado a consumir el veneno, causándome otro aborto violento y dejándome estéril para siempre, mientras él me abandonaba, moribunda, por un simple mareo de Scarlett, permitiendo que mi fiel sirvienta fuera brutalmente azotada. No más. En la cumbre de mi dolor y con la revelación de la verdad en mi boca, le espeté a Máximo sus crímenes y, con la poca fuerza que me quedaba, lo dejé con heridas que serían un recordatorio constante de su traición. Cargué a Érica, mi leal sirvienta, sobre mi espalda y huyeron de aquella hacienda de horrores, directo hacia las ruinas de mi hogar, para renacer de las cenizas.

Introducción

Mis manos, acostumbradas a curar con hierbas y oraciones, se mancharon de sangre la noche en que el mar trajo a mi orilla los restos de un yate y a dos hombres heridos: Roy y Máximo. Soy Lina Salazar, la última santera de mi linaje, y cuidé de ellos con la inocencia de quien cree en el destino, entregando mi cuerpo a uno y mi corazón, erróneamente, al otro.

Creí que la promesa de matrimonio de Roy y la vida que él me ofreció lejos de la pobreza eran el regalo de los santos, pero el día de la boda llegó y él nunca apareció. Máximo, su hermano adoptivo, apareció solo con una desgarradora revelación: Roy se casaría con otra, y el hijo que esperaba no era de Roy, sino suyo, fruto de aquella noche de vulnerabilidad. Devastada y humillada, en mi desesperación, acepté casarme con él, creyendo encontrar un salvador y un amor verdadero.

La falsa paz de nuestro matrimonio se derrumbó una noche cuando una masacre arrasó mi pueblo, silenciando para siempre las vidas que yo conocía. Perdí a mi bebé en aquel horror, y el duelo de Máximo, su promesa de venganza, me ataron aún más a él, el único pilar que me quedaba en un mundo en ruinas.

Tres años después, embarazada de nuevo y aferrándome a una frágil esperanza, escuché la conversación que destrozó mi alma. Máximo no solo admitía haber orquestado la masacre de mi pueblo para proteger a la prometida de Roy, Scarlett, sino que despreció mi segundo embarazo por considerarlo "contaminado" y planeaba deshacerse de mi hijo de forma discreta con hierbas abortivas. Mi cuerpo fue forzado a consumir el veneno, causándome otro aborto violento y dejándome estéril para siempre, mientras él me abandonaba, moribunda, por un simple mareo de Scarlett, permitiendo que mi fiel sirvienta fuera brutalmente azotada.

No más. En la cumbre de mi dolor y con la revelación de la verdad en mi boca, le espeté a Máximo sus crímenes y, con la poca fuerza que me quedaba, lo dejé con heridas que serían un recordatorio constante de su traición. Cargué a Érica, mi leal sirvienta, sobre mi espalda y huyeron de aquella hacienda de horrores, directo hacia las ruinas de mi hogar, para renacer de las cenizas.

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