El Último Adorno

El Último Adorno

Gavin

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Capítulo

Me despidieron. Máximo Castillo, el hombre que amaba y mi jefe secreto, me entregó una caja de cartón con una falsa compasión. La filtración de planos de un proyecto vital, culparme a mí, la "chivo expiatorio perfecta", fue solo una excusa barata. Él necesitaba librarse de mí para su "verdadero amor", Sofía Ramírez, la heredera que acababa de regresar. Mientras salía del edificio, los vi: Máximo, abriendo con ternura la puerta del coche para Sofía. Una ternura que nunca me había mostrado a mí, su amante de tres años. La misma mañana, tras pasar la noche sola esperándolo, Máximo regresó, frío y distante. "Estaba con Sofía," declaró, "solo eres un hermoso adorno". Ese adorno, yo, Lina, acababa de ser diagnosticada con un glioblastoma en fase avanzada. ¿Un adorno moribundo? La humillación no había terminado: la mejor amiga de Sofía, Valeria Reyes, me atacó brutalmente en público, revelando mis mensajes privados a Máximo antes de empujarme y dejarme inconsciente. Desperté en el hospital, y Máximo no se preocupó por mi dolor, solo por proteger a Sofía. Me llamó "malcriada" por no aceptar las disculpas falsas de quien me agredió. En ese momento, mi corazón, aunque ya roto, se hizo pedazos. ¿Cómo pudo tratarme así, después de todo? ¿Realmente era tan ciega su indiferencia? Una verdad fría me golpeó: no era solo un despido, no era solo un abandono, era una aniquilación sistemática de mi existencia. Pero no me iría en silencio. No lucharía por vivir si no podía luchar por justicia. Con una sentencia de muerte en mis manos y el apoyo de mi único amigo, el Dr. Leon Chávez, trazé un plan. Un plan para que cada uno de ellos pagara, y comenzaría con la boda de Valeria. Este era solo el principio de mi venganza.

Introducción

Me despidieron.

Máximo Castillo, el hombre que amaba y mi jefe secreto, me entregó una caja de cartón con una falsa compasión.

La filtración de planos de un proyecto vital, culparme a mí, la "chivo expiatorio perfecta", fue solo una excusa barata.

Él necesitaba librarse de mí para su "verdadero amor", Sofía Ramírez, la heredera que acababa de regresar.

Mientras salía del edificio, los vi: Máximo, abriendo con ternura la puerta del coche para Sofía.

Una ternura que nunca me había mostrado a mí, su amante de tres años.

La misma mañana, tras pasar la noche sola esperándolo, Máximo regresó, frío y distante.

"Estaba con Sofía," declaró, "solo eres un hermoso adorno".

Ese adorno, yo, Lina, acababa de ser diagnosticada con un glioblastoma en fase avanzada.

¿Un adorno moribundo?

La humillación no había terminado: la mejor amiga de Sofía, Valeria Reyes, me atacó brutalmente en público, revelando mis mensajes privados a Máximo antes de empujarme y dejarme inconsciente.

Desperté en el hospital, y Máximo no se preocupó por mi dolor, solo por proteger a Sofía.

Me llamó "malcriada" por no aceptar las disculpas falsas de quien me agredió.

En ese momento, mi corazón, aunque ya roto, se hizo pedazos.

¿Cómo pudo tratarme así, después de todo? ¿Realmente era tan ciega su indiferencia?

Una verdad fría me golpeó: no era solo un despido, no era solo un abandono, era una aniquilación sistemática de mi existencia.

Pero no me iría en silencio. No lucharía por vivir si no podía luchar por justicia.

Con una sentencia de muerte en mis manos y el apoyo de mi único amigo, el Dr. Leon Chávez, trazé un plan.

Un plan para que cada uno de ellos pagara, y comenzaría con la boda de Valeria.

Este era solo el principio de mi venganza.

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Romance

5.0

Mi médico suspiró, confirmando lo inevitable: mi leucemia estaba en etapa terminal, y yo solo anhelaba la paz de la muerte. Para mí, morir no era una pena, sino la única liberación de una culpa que nadie, excepto él, entendía. Luego, mi teléfono sonó, y la voz fría de Mateo Ferrari, mi jefe y antiguo amor, me arrastró de nuevo a un purgatorio autoimpuesto. Cinco años atrás, en los viñedos de Mendoza, su hermana y mi mejor amiga, Valeria, me empujó por la ventana para salvarme de unos asaltantes. Su grito y el sonidFmao de un disparo resonaron mientras huía, y cuando la policía me encontró, Mateo me sentenció con un odio helado: "Tú la dejaste morir. Es tu culpa." Desde entonces, cada día ha sido una expiación, una condena silenciosa bajo la crueldad de Mateo. Él me humillaba, me obligaba a beber hasta que mi cuerpo dolía, disfrutando mi sufrimiento como parte de esa penitencia interminable. Mi existencia se consumía bajo su sombra, una lenta autodestrucción en busca del final. La leucemia era solo el último acto de esta tragedia personal, la forma final de un pago que creía deber. ¿Por qué yo había sobrevivido para cargar con esta culpa insoportable y el odio de quienes una vez amé? Solo ansiaba el final, la paz que la vida me había negado, el perdón de Valeria. Una noche, tras una humillación brutal, una hemorragia masiva me llevó al borde de la muerte. Sin embargo, el rostro angustiado de mi amigo Andrés, y la inocencia de una niña que lo acompañaba, Luna, me abrieron una grieta de luz inesperada. ¿Podría haber una promesa más allá de la muerte, una oportunidad para el perdón y una nueva vida que no fuera de expiación?

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