La Venganza Silenciosa

La Venganza Silenciosa

Gavin

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Capítulo

El aire de la taberna, antes un hogar de música y risas con mi hermano Leo, olía aquella noche a podredumbre mezclado con el perfume empalagoso de Sofía. Ella, arrogante, se burló de nuestra música, de nuestra alma, hasta que su sobrino destrozó la guitarra de Leo, un regalo de nuestro abuelo. Mi mano, automática, abofeteó a ambos, sellando mi destino. Mi marido, Mateo, entró justo en ese momento, viendo solo mi "salvajismo" y no la provocación. Me llamó "animal" y, cegado por la vergüenza y las lágrimas falsas de Sofía, decidió castigarnos. Nos envió a un convento en la sierra, un lugar desolado presentado como un "retiro" para "mujeres como yo". Apenas llegamos, nos separaron: a Leo, al ala de servicio, y a mí, a una celda para domar mi "espíritu salvaje". Sufrí humillaciones constantes y trabajos extenuantes, obligada a servir a "benefactores" que me veían como un animal exótico. Pero lo peor no fue para mí, sino el castigo a Leo por cada atisbo de mi rebeldía, obligándome a convertirme en la interna modelo. Seis meses después, Mateo y Sofía vinieron a "ver mi reforma", riéndose con sus amigos de mi sumisión. Para proteger a Leo, me arrodillé y golpeé mi frente contra el suelo de piedra, pidiendo perdón a Sofía con la boca llena de sangre. Fue entonces cuando Mateó preguntó por Leo. La Madre Superiora negó con la cabeza, diciendo que había escapado semanas atrás. Mi mundo se hundió; sabía que Leo nunca me abandonaría así. Mateo, furioso, me arrastró a mi celda, exigiendo saber dónde estaba. En mi desesperación, señalé el viejo armario, y él, al patearlo, descubrió un compartimento oculto. Allí estaba Leo, acurrucado, inmóvil. Mateo me acusó de haber matado a mi propio hermano. Pero lo que él no sabía es que el broche de plata que me regaló por nuestro aniversario grababa cada palabra, y así fue como descubrió la verdad. La grabación reveló a Sofía y su sobrino burlándose de Leo, drogándolo y escondiéndolo en el armario, apoyados por la Madre Superiora. El mismo Mateo, furioso por la verdad, arrasaría con todo, pero su venganza no sería la última. Yo, Isabela, la salvaje sin voz, recuperaría mi alma a través del dolor y la propia justicia, porque la venganza, a veces, es la única canción que queda por bailar.

Introducción

El aire de la taberna, antes un hogar de música y risas con mi hermano Leo, olía aquella noche a podredumbre mezclado con el perfume empalagoso de Sofía.

Ella, arrogante, se burló de nuestra música, de nuestra alma, hasta que su sobrino destrozó la guitarra de Leo, un regalo de nuestro abuelo.

Mi mano, automática, abofeteó a ambos, sellando mi destino.

Mi marido, Mateo, entró justo en ese momento, viendo solo mi "salvajismo" y no la provocación.

Me llamó "animal" y, cegado por la vergüenza y las lágrimas falsas de Sofía, decidió castigarnos.

Nos envió a un convento en la sierra, un lugar desolado presentado como un "retiro" para "mujeres como yo".

Apenas llegamos, nos separaron: a Leo, al ala de servicio, y a mí, a una celda para domar mi "espíritu salvaje".

Sufrí humillaciones constantes y trabajos extenuantes, obligada a servir a "benefactores" que me veían como un animal exótico.

Pero lo peor no fue para mí, sino el castigo a Leo por cada atisbo de mi rebeldía, obligándome a convertirme en la interna modelo.

Seis meses después, Mateo y Sofía vinieron a "ver mi reforma", riéndose con sus amigos de mi sumisión.

Para proteger a Leo, me arrodillé y golpeé mi frente contra el suelo de piedra, pidiendo perdón a Sofía con la boca llena de sangre.

Fue entonces cuando Mateó preguntó por Leo.

La Madre Superiora negó con la cabeza, diciendo que había escapado semanas atrás.

Mi mundo se hundió; sabía que Leo nunca me abandonaría así.

Mateo, furioso, me arrastró a mi celda, exigiendo saber dónde estaba.

En mi desesperación, señalé el viejo armario, y él, al patearlo, descubrió un compartimento oculto.

Allí estaba Leo, acurrucado, inmóvil.

Mateo me acusó de haber matado a mi propio hermano.

Pero lo que él no sabía es que el broche de plata que me regaló por nuestro aniversario grababa cada palabra, y así fue como descubrió la verdad.

La grabación reveló a Sofía y su sobrino burlándose de Leo, drogándolo y escondiéndolo en el armario, apoyados por la Madre Superiora.

El mismo Mateo, furioso por la verdad, arrasaría con todo, pero su venganza no sería la última.

Yo, Isabela, la salvaje sin voz, recuperaría mi alma a través del dolor y la propia justicia, porque la venganza, a veces, es la única canción que queda por bailar.

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