La Locura que Despertó la Venganza

La Locura que Despertó la Venganza

Gavin

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Capítulo

Mi hermana gemela, Lucía, se casaba con el cruel Ricardo, y yo, Carmen, lo veía todo desde el sanatorio que me encerraba. Me habían calificado de "loca", recluida aquí por la fuerza con la que protegí a Lucía años atrás. Observaba la sonrisa tensa de Lucía, esa que usaba para ocultar su miedo. De repente, la transmisión de la boda se desplomó: una mujer irrumpió gritando acusaciones contra Lucía. Ricardo, sin pestañear, ordenó que arrastraran a mi hermana a su finca para "educarla", mientras su amante, Valeria, sonreía victoriosa. Apenas unos días después, mis padres, con los rostros grises y el alma rota, vinieron con la noticia más devastadora: Lucía estaba muerta. Dijeron "accidente", pero mi madre, entre lágrimas, reveló la brutal verdad: ¡torturada! Costillas rotas, dedos quebrados por todas partes. Mi padre, al buscar explicaciones, fue brutalmente golpeado, sus piernas quedaron destrozadas. Y yo, la protectora, la "loca" encerrada, no pude hacer nada. La "locura" que me había traído aquí no era más que justicia; un instinto por defender a quien amo. Ahora, el nudo de hielo en mi estómago se expandía, convirtiéndose en una rabia pura, fría, implacable. ¿Cómo podían su crueldad y su vileza quedar impunes? ¿Cómo pudieron destruir lo único bueno y puro que tenía? Mi aparente fragilidad mental era solo una máscara, una trampa cuidadosamente tejida. La bestia en mi interior, que había dormido por tanto tiempo, despertó con hambre. Esa noche, el director, pálido, firmó mi alta sobre el escritorio que acababa de partir en dos con mis propias manos. Había regresado al mundo exterior, y la justicia que ellos se negaron a dar a mi hermana, Carmen la tomaría, una por una, con mis propias manos. Esta vez, nadie me detendría.

Introducción

Mi hermana gemela, Lucía, se casaba con el cruel Ricardo, y yo, Carmen, lo veía todo desde el sanatorio que me encerraba.

Me habían calificado de "loca", recluida aquí por la fuerza con la que protegí a Lucía años atrás.

Observaba la sonrisa tensa de Lucía, esa que usaba para ocultar su miedo.

De repente, la transmisión de la boda se desplomó: una mujer irrumpió gritando acusaciones contra Lucía.

Ricardo, sin pestañear, ordenó que arrastraran a mi hermana a su finca para "educarla", mientras su amante, Valeria, sonreía victoriosa.

Apenas unos días después, mis padres, con los rostros grises y el alma rota, vinieron con la noticia más devastadora: Lucía estaba muerta.

Dijeron "accidente", pero mi madre, entre lágrimas, reveló la brutal verdad: ¡torturada! Costillas rotas, dedos quebrados por todas partes.

Mi padre, al buscar explicaciones, fue brutalmente golpeado, sus piernas quedaron destrozadas.

Y yo, la protectora, la "loca" encerrada, no pude hacer nada.

La "locura" que me había traído aquí no era más que justicia; un instinto por defender a quien amo.

Ahora, el nudo de hielo en mi estómago se expandía, convirtiéndose en una rabia pura, fría, implacable.

¿Cómo podían su crueldad y su vileza quedar impunes?

¿Cómo pudieron destruir lo único bueno y puro que tenía?

Mi aparente fragilidad mental era solo una máscara, una trampa cuidadosamente tejida.

La bestia en mi interior, que había dormido por tanto tiempo, despertó con hambre.

Esa noche, el director, pálido, firmó mi alta sobre el escritorio que acababa de partir en dos con mis propias manos.

Había regresado al mundo exterior, y la justicia que ellos se negaron a dar a mi hermana, Carmen la tomaría, una por una, con mis propias manos.

Esta vez, nadie me detendría.

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