Dolor, Tu Compañero Eterno

Dolor, Tu Compañero Eterno

Gavin

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Vivíamos en un pequeño piso de Lavapiés, artistas que soñábamos con un futuro juntos. Cuando Mateo me pidió que mi abuela invirtiera todos sus ahorros en su estudio, ella, con fe inquebrantable, entregó cada céntimo. Pero el sueño se desmoronó brutalmente. Mi abuela enfermó de cáncer y necesitábamos el dinero urgentemente. Encontré a Mateo riendo con otra mujer, Isabella, mientras él me rechazaba fríamente. "¿Dinero? La cuenta está vacía. Tu abuela finge", me espetó con desdén. Y lo más cruel: "Tienes que deshacerte del bebé. Es una trampa." Mi mundo se hizo añicos. Trabajé sin descanso, luchando contra la desesperación y las náuseas, viendo a mi abuela apagarse lentamente. El día que ella murió, lo vi brindando con Isabella en un concesionario Porsche. Entonces escuché las palabras que me destrozaron: "Fue una apuesta, Sofía. Un buen pasatiempo. Al menos era guapa." Mi abuela, mi bebé, nuestro amor... ¿todo fue solo un cruel juego? La injusticia y el horror me quemaban por dentro. ¿Cómo pudo el hombre al que di mi vida, al que mi abuela dio todo, ser tan monstruoso? ¿Mis sueños, la fe de mi abuela... reducidos a una apuesta por dinero? El dolor era tan inmenso que apenas podía respirar. Pero al ver las cenizas de mi abuela esparcidas y la verdad al descubierto, su fachada se derrumbó. En ese instante, prometí que no me quedaría hundida en el dolor. Me fui, llevándome el recuerdo de quien me dio todo, y la promesa de reconstruir mi vida. Esta es mi historia, la de un nuevo comienzo más allá de la traición y la mentira.

Introducción

Vivíamos en un pequeño piso de Lavapiés, artistas que soñábamos con un futuro juntos.

Cuando Mateo me pidió que mi abuela invirtiera todos sus ahorros en su estudio, ella, con fe inquebrantable, entregó cada céntimo.

Pero el sueño se desmoronó brutalmente.

Mi abuela enfermó de cáncer y necesitábamos el dinero urgentemente.

Encontré a Mateo riendo con otra mujer, Isabella, mientras él me rechazaba fríamente.

"¿Dinero? La cuenta está vacía. Tu abuela finge", me espetó con desdén.

Y lo más cruel: "Tienes que deshacerte del bebé. Es una trampa."

Mi mundo se hizo añicos.

Trabajé sin descanso, luchando contra la desesperación y las náuseas, viendo a mi abuela apagarse lentamente.

El día que ella murió, lo vi brindando con Isabella en un concesionario Porsche.

Entonces escuché las palabras que me destrozaron: "Fue una apuesta, Sofía. Un buen pasatiempo. Al menos era guapa."

Mi abuela, mi bebé, nuestro amor... ¿todo fue solo un cruel juego?

La injusticia y el horror me quemaban por dentro.

¿Cómo pudo el hombre al que di mi vida, al que mi abuela dio todo, ser tan monstruoso?

¿Mis sueños, la fe de mi abuela... reducidos a una apuesta por dinero?

El dolor era tan inmenso que apenas podía respirar.

Pero al ver las cenizas de mi abuela esparcidas y la verdad al descubierto, su fachada se derrumbó.

En ese instante, prometí que no me quedaría hundida en el dolor.

Me fui, llevándome el recuerdo de quien me dio todo, y la promesa de reconstruir mi vida.

Esta es mi historia, la de un nuevo comienzo más allá de la traición y la mentira.

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Romance

5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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