Príncipe del Mar

Príncipe del Mar

Gavin

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Mi vida, como pescador mudo, transcurría bajo el control asfixiante de Isabella, mi esposa, una mujer cuya crueldad sádica se escondía tras un amor protector. Mis traumas infantiles, especialmente el olor a pescado podrido, eran sus herramientas favoritas para humillarme y mantenerme bajo su yugo. Un día, obsesionada con su nuevo capricho, el poeta Leandro, exigió que lo encontrara amenazando a mis padres. Cuando, para "castigarme", me mostró en una pantalla gigante a mis ancianos padres atados siendo arrojados al mar, mi mundo se hizo pedazos. Ella, mi "salvadora", orquestó esta cruel farsa, trasladándolos a una isla remota mientras yo creía que habían muerto. La humillación continuó, mi dolor era un espectáculo para ella y el pretencioso Leandro, que disfrutaba de mis tormentos. Me convertí en un juguete roto, el "Príncipe del Mar" de Isabella, despojado de mi dignidad, mi amor por ella convertido en ceniza. La pregunta me carcomía: ¿cómo podía alguien que decía amarme causarme tanto sufrimiento, usando mis miedos más profundos? Ya no había lágrimas, solo una determinación helada y un deseo de retribución. Fue entonces que, con el corazón destrozado, busqué a Javier, mi leal amigo veterinario, quien ideó un plan maestro. Fingiría mi propia muerte con un potente sedante de acción prolongada, un "veneno" indetectable. "Morí" en un coma profundo, liberándome de la jaula tóxica de Isabella, sin saber que mi "muerte" la arrojaría a una espiral de locura, culpa y una desesperada búsqueda de perdón que terminaría con su propia y trágica auto-aniquilación. Me esperaba una libertad que nunca imaginé.

Introducción

Mi vida, como pescador mudo, transcurría bajo el control asfixiante de Isabella, mi esposa, una mujer cuya crueldad sádica se escondía tras un amor protector.

Mis traumas infantiles, especialmente el olor a pescado podrido, eran sus herramientas favoritas para humillarme y mantenerme bajo su yugo.

Un día, obsesionada con su nuevo capricho, el poeta Leandro, exigió que lo encontrara amenazando a mis padres.

Cuando, para "castigarme", me mostró en una pantalla gigante a mis ancianos padres atados siendo arrojados al mar, mi mundo se hizo pedazos.

Ella, mi "salvadora", orquestó esta cruel farsa, trasladándolos a una isla remota mientras yo creía que habían muerto.

La humillación continuó, mi dolor era un espectáculo para ella y el pretencioso Leandro, que disfrutaba de mis tormentos.

Me convertí en un juguete roto, el "Príncipe del Mar" de Isabella, despojado de mi dignidad, mi amor por ella convertido en ceniza.

La pregunta me carcomía: ¿cómo podía alguien que decía amarme causarme tanto sufrimiento, usando mis miedos más profundos?

Ya no había lágrimas, solo una determinación helada y un deseo de retribución.

Fue entonces que, con el corazón destrozado, busqué a Javier, mi leal amigo veterinario, quien ideó un plan maestro.

Fingiría mi propia muerte con un potente sedante de acción prolongada, un "veneno" indetectable.

"Morí" en un coma profundo, liberándome de la jaula tóxica de Isabella, sin saber que mi "muerte" la arrojaría a una espiral de locura, culpa y una desesperada búsqueda de perdón que terminaría con su propia y trágica auto-aniquilación.

Me esperaba una libertad que nunca imaginé.

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Mi esposa me dijo: "Si pudiera volver atrás... lo esperaría a él." Esas palabras me las susurró la Isabella del futuro, mientras yo agonizaba y ella me creía moribundo, justo después de descubrir que mi mujer, supuestamente fallecida en un accidente aéreo, estaba viva y en brazos de otro hombre. Desperté en el primer año de nuestro matrimonio, veinte años más joven, con esa premonición cruel grabada en mi alma. La amada Isabella de mi presente, con su sonrisa perfecta, comenzó a tejer una red de mentiras. La seguí a escondidas y la vi con Ricardo, el músico, confirmando mi peor pesadilla. Luego vinieron las grabaciones de sus gemidos, las burlas de él, y la verdad: ella planeaba su propia "muerte" para huir conmigo. Me humilló públicamente, me culpó de sus problemas y, cuando me negué a ceder a sus manipulaciones, me difamó sin piedad. El dolor era insoportable, una traición que me desgarraba el alma. ¿Cómo la mujer que juró amarme incondicionalmente podía ser tan calculadora y cruel? Consumido por la farsa, decidí que no podía seguir así. Si ella tramó una falsa muerte para escapar, yo haría lo mismo. Orquesté mi propia desaparición en la Patagonia, un plan limpio y definitivo. Con la ayuda incondicional de mi madre y el apoyo inesperado de Sofía, una mujer noble y sincera, forjé un nuevo destino. Juntos, no solo reconstruiré mi vida, sino que desmantelaré el imperio de corrupción de su familia, mientras Isabella aprende el verdadero significado de la pérdida.

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