Alia Mcgregor definitivamente expulsada del Oregon High School. ¿Motivos? Intento de asesinato contra otra estudiante. Sus padres deciden buscar otra escuela para su rebelde, caprichosa, manipuladora y desquiciada hija. Alia, a sus quince años, detesta la decisión de sus padres pero no tiene otra opción que aceptar ir a vivir con su tía Megumi. Lo que nadie sabe es que ella golpeó a Blis, sin ningún tipo de contacto físico. ¿Cómo era eso posible? Ni siquiera ella sabía la respuesta... Lo que sí sabía, era cómo mandar a la mierda a la gente...menos al irresistible Thomas Meflix. Obra registrada en Safe Creative. Código: 1505304199829. No esta permitido ningún tipo de copia o adaptación.
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-Su hija tiene un problema muy serio de conducta señores McGregor. Ya es la tercera vez que ha sido amonestada y saben muy bien lo que significa eso. -la advertencia del director se escuchó dentro de su oficina.
Estaba sentada en la sala de espera cuando eso estaba sucediendo. Mis padres estaban dentro, escuchando las quejas del estúpido anciano de traje.
No sé qué fue lo que pasó, simplemente sucedió. No fue culpa mía sino, de mis manos. Mis torpes manos.
Me hice un bollito con mis piernas en el sofá de terciopelo color verde vomito, tratando de hacerme lo más pequeña posible. Tapé mis oídos con mis manos para dejar de escuchar los gritos de aquel viejo imbécil. Ellos querían que yo tuviera la culpa, pero no iban a conseguirlo.
¡Porque yo no lo hice!
O quizás una parte de mi quería negarlo y otra aceptarlo. Pero no, no iban a conseguirlo.
Los gritos de mis padres reclamando y tratando de defenderme se escuchaban. A pesar de eso la defensa no duró mucho, ya que otra vez el director volvió a hablar con voz prepotente. No, un hablar no, sino una gritar.
Mis manos se volvieron puños contra mis oídos. Sentía la cara morada por la furia, ya que el calor de mis mejillas aumentaba demasiado. Me estaba incendiando.
Apretujé mis párpados cerrándolos con concentración. Imaginándome que estaba en otro sitio y no en la escuela, quería visualizar que estaba en un bosque.
¡Sí, en un bosque! Corriendo con un precioso vestido blanco por el frio y encantado bosque de hojas rojas.
¡Corre Alia! me dije a mi misma.
Imagina Alia, imagina. Sal de allí y corre por el bosque. Escucha crujir las hojas cada vez que las aplastas con tus pies descalzos. Imagina...
Pero imaginar no fue suficiente, ya que el eco de las voces de mis padres y del director se escuchaban como si me susurraran al oído. Mi respiración se aceleró y cada vez me costaba más introducir oxígeno a mis pulmones.
Contrólate Alia, contrólate.
No funcionó, y mi furia se propagó por toda la sala haciendo estallar la ventana de la dirección en mil pedazos. Escuché el grito de la secretaria de fondo. Vi cómo mi madre y mi padre se agarraron con fuerza del escritorio del director por el enorme susto.
El anciano tenía la mirada perdida en el marco de la puerta donde el vidrio había estallado, como si buscara una explicación. Todos ellos posaron sus ojos en mí al mismo tiempo.
Mi padre se llevó la mano a la boca y mi madre presionaba sus dedos contra su pecho buscando aire para respirar. Yo los miré con furia, ya me dolían las fosas nasales por respirar tan fuerte. Mi boca se secó y una lagrima, sin que yo lo permitiera, resbaló por mi mejilla. Era consciente del don que tenía ... pero no sabía cómo controlarlo, simplemente no sabía que en ese momento iban a reaparecer mis pequeñas habilidades. Mis padres no estaban al tanto y menos mi hermano mayor Jamie, que, con su capacidad intelectual, era muy poco probable que entendiera sin que se riera en mi cara y me humillara con burlas estúpidas.
Mis padres abrieron la puerta y miraban al suelo dando pequeños saltitos para no pisar los trozos de vidrio. El director exigió una limpieza por teléfono y no desviaba sus ojos de mí mientras lo hacía. No tenía pruebas de que yo había hecho esa pequeña maldad sin que pudiera controlarlo, y si dijera que lo hice sonaría ilógico y ridículo.
-Ya nos hemos cansados de tus actitudes Alia. Te vas a vivir con tu tía Megumi ¡Y no protestaras! -gritó mi madre, casi rompiendo en lágrima. -Eres una estúpida sin remedio.
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