Victoria Gutiérrez miró la pantalla de su computadora, los números frente a ella danzando en una perfecta armonía de lógica y razón. En su mundo, las emociones nunca tenían cabida; el trabajo, los contratos y las estrategias siempre eran lo primero. A sus 30 años, había conseguido todo lo que se había propuesto en su carrera profesional. Jefa de operaciones de una de las firmas más prestigiosas del país, una mujer respetada, astuta, y, sobre todo, implacable cuando se trataba de negocios.
Aún así, algo en su interior no podía negar que había una parte de ella que ansiaba algo más. Quizá no lo había admitido completamente, pero después de años dedicados al trabajo, las noches solitarias en su apartamento de la ciudad empezaban a pesarle. Se preguntaba si alguna vez encontraría algo más allá de los números y las reuniones interminables.
En ese preciso momento, su teléfono vibró en la mesa, rompiendo la calma de la oficina. Miró la pantalla, y su corazón dio un pequeño vuelco al ver el nombre que aparecía: Leonardo Velasco.
El CEO de Velasco Corporation. El hombre al que muchos temían, y otros muchos deseaban. Alto, de presencia imponente, con un aire de arrogancia que resultaba tan magnético como exasperante. Victoria había tenido el privilegio, o la desdicha, de trabajar directamente con él en más de una ocasión. Era imposible no reconocer su inteligencia y su poder, pero también lo era ignorar su naturaleza distante y su actitud difícilmente accesible.
"Victoria, ¿puedes pasar a mi oficina? Necesito hablar contigo sobre un asunto importante. – Leonardo Velasco"
El mensaje fue breve, pero su tono lo decía todo. Algo serio estaba en juego. Respiró hondo, dejando de lado la ligera incomodidad que sentía cada vez que tenía que enfrentarse a él en persona. No por miedo, sino porque Leonardo Velasco era el tipo de hombre que te hacía cuestionar cada palabra, cada decisión.
Se levantó de su escritorio, se ajustó el blazer y caminó con paso firme hacia la oficina del CEO, al final del pasillo. Las paredes de vidrio permitían ver todo el lujo y la opulencia del lugar: muebles de madera oscura, arte contemporáneo colgado con esmero, y una vista impresionante de la ciudad. Todo en su lugar, como si cada detalle hubiera sido calculado al milímetro para proyectar poder.
Al llegar, la puerta de la oficina de Leonardo estaba entreabierta. Victoria tocó suavemente, pero antes de que pudiera escuchar una respuesta, se asomó y entró.
Leonardo estaba de pie, observando la vista desde su ventana. Su presencia dominaba la sala. Llevaba un traje perfectamente cortado, que resaltaba su físico alto y atlético, y sus ojos, de un gris penetrante, no dejaban de moverse entre los rascacielos de la ciudad. Apenas la escuchó entrar, pero sus ojos se posaron en ella en cuanto se acercó.
-Victoria, me alegra que hayas podido venir tan rápido. -dijo sin volverse a mirarla, su tono profundo y autoritario.
Victoria asintió, manteniendo la postura de siempre, seria y profesional.
-Por supuesto, ¿en qué puedo ayudarte, Leonardo?
Finalmente, él se giró hacia ella, con una ligera sonrisa en los labios, pero esa sonrisa era fría, calculadora. No era la primera vez que ella se sentía atrapada en su mirada, como si todo lo que hacía y decía estuviera bajo su control. Se mantenía a la distancia adecuada, sin intentar dar paso a una familiaridad que no existía entre ellos.
-Te he convocado porque necesito tu ayuda en un asunto delicado, Victoria -comenzó, con la mirada fija en sus ojos-. Como sabes, Velasco Corporation está en medio de una de las negociaciones más importantes de nuestra historia. Es un trato que podría cambiarlo todo.
Victoria asintió lentamente, aunque ya sabía que no era solo un trato comercial lo que estaba en juego. Conocía la magnitud de la operación y las implicaciones que tendría en la industria. Pero algo en el tono de Leonardo indicaba que había algo más, algo que no estaba siendo dicho directamente.
-¿Y en qué consiste mi papel en esto? -preguntó, intentando adivinar lo que venía.
Leonardo dio un paso hacia ella, dejando que el aire entre ellos cambiara.
-El acuerdo que estamos a punto de cerrar requiere una condición... personal. -Pausó un momento, como si pesara cada palabra. Luego, al ver la mirada curiosa de Victoria, continuó-: Necesito una esposa.
Victoria lo miró, confundida por un instante, antes de que sus cejas se alzaran levemente.
-¿Una esposa? -repitió, sin poder evitarlo. La sorpresa hizo que su tono fuera más alto de lo normal.