Las calles mojadas de Barrie Avenue, daban a entender que la noche sería larga, menos de cinco transeúntes caminaban por allí con paraguas en mano, la lluvia golpeteaba por encima de sus cabezas con un ruido incesante que daba la seguridad de que el agua no se detendría en al menos un par de horas.
Una mujer caminaba con un abrigo oscuro y de poco cuerpo, era largo pero no mantenía mucho el calor. La misma se arregló un par de botones mal acomodados en medio de su caminata apresurada.
Los pasos resonaban en el asfalto, produciendo un eco que de seguro cualquiera podría oír con facilidad, pero a ella no le importaba, tenía su cabello largo castaño recogido en un turbante para cuidarlo del friz que le daría si se mojaba con las gotas de lluvia. A pesar de llevar una sombrilla, sabía que si dejaba que al menos sus pies se salpicaran del despreciable barro incrustado en las calles estaría acabada.
Su jefe, el señor Dominic, detestaba por completo que las chicas del club nocturno Golden Nights llegaran en dichas condiciones, e incluso les hacia tomar penitencias cuando hacían algo descabellado, como lo era para él estar en condiciones poco estéticas, verse horrible no era algo propio de una dama, y eso hacía que los hombres o demás personas que estuvieran con ellas, se asquearan y decidieran dar una mala reseña del lugar, cosa que era simplemente inaceptable.
Las chicas aparte de bailar en los tubos, también hacían servicios un poco más íntimos y personales con cada cliente que se los pidiera, ellas no se podían negar mientras le generara dinero a la compañía.
Por supuesto, a la castaña la querían casi siempre, por eso no se podía permitir verse ni por un segundo en mal aspecto, ni siquiera retrasarse unos cuantos minutos en la hora prevista.
Le encantaba el hecho de poder hacer a los demás desearla tanto que simplemente no pudieran aguantar más, era increíble saber que todos ellos estaban a sus pies, o saber que podía generar mucho impacto en la vida ajena.
A la mayoría de los hombres les encantaba que una mujer los atendiera de la mejor manera para tener una excusa en la cual meterse, es decir, ir varias veces a la semana sin levantar sospecha, solo con decir que amaba el buen servicio, pero la mujer no se salvaba de ninguna visita importante.
A ella la conocían como La ninfa de agua, sobre todo porque sabía cómo hacer a cualquiera mojarse.
La mujer pasó entonces entre las puertas de madera dobles y francesas que daban al local, en el cual le esperaban dos hombres que formaban parte del equipo de seguridad, por lo que le pidieron identificación a pesar de conocerla muy bien, ya que sin esos documentos no se podía otorgar el pase a las instalaciones, sobre todo si pasaba algo más, no podrían responder por ella, dado el caso de que era un trabajo difícil y peligroso la mayor parte del tiempo.
Cada vez que intentaba parecer una mujer de carácter, resultaba que la veían como a una simple chica joven que quería llamar la atención, por eso los hombres mayores la contrataban más, y es que su piel se veía tan lozana que se hacía casi imposible resistirse a ella de cualquier manera, en especial cuando ella usaba prendas que hacían resaltar a su piel blancuzca.
Sus clavículas eran notorias y llenas de brillo, su figura era muy bonita, siendo que llenaba por completo cada traje en el cual se incorporase. Su larga cabellera rozaba lo que eran sus glúteos, pero lo hacía de una manera sutil, no se veía para nada grotesco, pues iba con la estética de la mujer, con su juventud, todo en ella gritaba sensual.
Mientras que de día era la correcta y perfecta dama hotelera, dando la bienvenida a cualquier persona importante que se hospedara en el hotel Lander, también dando su opinión a distintas cosas y a veces ayudando con la administración, todo lo hacía con el cabello recogido, sin levantar sospechas de lo que era realmente.
Su uniforme siempre impecable daba muestras de lo que era su trabajo, de manera tal que incluso en su ambiente laboral la querían demasiado, teniéndola en alta estima a pesar de las muchas cosas que pudieran haber sucedido con cada empleado o con cada persona que visitaba el hotel.
Algunos hombres le ofrecían cantidades enormes de dinero por acostarse con ella, por lo que les daba la tarjeta del club nocturno en el cual trabajaba. Ellos al ir luego en la noche la encontraban allí bailando exóticamente en el tubo y moviendo su cuerpo al ritmo de la música, como si de esa forma pudiera bendecir a quien la viera, engatusando incluso a mujeres y géneros fluidos.
Le habían dicho incontables veces que ella en el tubo y fuera de él era lo más cercano a la perfección que pudiera existir, cosa que la misma dudaba en gran medida, pero que tampoco intentaba hacer ver como duda frente a sus clientes, quienes en serio la tenían mimada desde todo punto de vista, y aunque no tuviera mucho tiempo para sí misma, de todas formas disfrutaba lo que hacía diariamente para su sustento y entretenimiento, eran ambas cosas, porque no podía decir que le fastidiara por completo lo que era sr el centro de atención, y es que era una de las cosas favoritas de su trabajo, la daban a conocer de una forma tan sutil pero elegante, que daba la sensación de que no era real.
Algunos hombres la acusaban de ser una bruja por dejarlos con una especie de hechizo que no les permitía en lo absoluto hacer nada más que mirarla toda la noche y esperar incansables turnos para estar con ella, solo con el placer de saber que cuando estuvieran juntos, la noche sería mágica.
Ella hacía oídos sordos cuando esto sucedía, pero no pensar en ello luego se le hacía por completo imposible, en especial cuando sabía que tenía esa clase de efecto sobre las personas que las dejaba incluso algo tontas.
—Hasta que llegas, ninfa, pensé que no vendrías— le dijo su jefe apenas entrar, viendo las condiciones en las que entró.
—Siempre vengo, y eso lo sabes, además, solo falta un minuto para las nueve y media...—.
—Por lo que solo te queda un minuto para arreglarte—contestó el hombre de estatura pequeña y bigotes graciosos, de los puntiagudos hacia los lados.
—Dominic, por favor, yo siempre estoy lista— habló la castaña, quitando el abrigo de sus hombros, dando a conocer el traje que llevaba esa noche, era una nueva creación de su amiga la costurera.
Los presentes quedaron impactados por el bonito diseño con incrustaciones y un intenso color rojo.
Dejaba ver sus perfectas piernas, siempre largas y tonificadas, también hacía que la cintura se le viera incluso más fina que siempre por el diseño empleado en la tela. Ella solo secó un poco sus tacones, los pasó por una alfombra para limpiarlos por debajo, buscó su antifaz en el bolso y finalmente salió hacia el escenario, esperando a que abrieran el telón para presentarla y hacer su acto primero como siempre.
Ella era la primera de todas las mujeres ahí, eso era una bendición, sobre todo teniendo en cuenta que las que se presentaban después de ella perdía bastante público, solo porque muchos se quedaba embobados con lo que fuera la mujer y entonces querían conocerla íntimamente.
La fama que se había hecho no era en vano, todo aquello era cierto, todo lo que decían sobre ella, que era una descarada que disfrutaba del sexo, que era una mujer de armas tomar, y que sobre todo era la mejor en la cama.
Todo eso era como música para sus oídos.
La presentación comenzó, y poco a poco las cornetas fueron reproduciendo una pista que ya se conocía muy bien, una que repetía cada semana para no parecer que siempre hacía lo mismo, pero esa era una de las favoritas de la gente, en serio dejaba ver gran parte de su esencia puesta allí en escena, esa era una de las cosas favoritas de todos los tiempos para ella.
Dejaba su alma puesta y derramada en todo el escenario mientras que los invitados disfrutaban de lo que era el espectáculo.
Varios minutos pasó en el tubo, solo hasta que la presentación terminase, siempre dando las gracias con una ovación a todos sus fieles fans que siempre acudían a verla.