CAPÍTULO 1
Don Antonio Strondda
Me masajeé parte de la ceja hasta el resto de la frente con las yemas de los dedos. Aquella conversación me estaba enfadando por completo, no podría soportarlo por mucho tiempo.
Era por la mañana, y ya le había recibido en la fortaleza, donde estaba dando sorbos a mi whisky... si pierdo el control, nos ocuparemos de ello allí mismo.
- Esperamos todo lo que pudimos, Don... pero desgraciadamente tu padre te entregó para siempre, y sólo esperábamos que se llevara a tu madre de viaje, ¡la quiere demasiado para dejarla sufrir en esta situación! - dice el tío Hélio, y se sienta frente a mí. Aunque lo respeto mucho por haber estado casado con la hermana de mi madre y haber sido el consigliere de mi padre durante tantos años, estaba demasiado enfadado para contenerme. En un impulso, me levanté de la silla, saqué mi Taurus G2, calibre 9 mm, y la amartillé.
- ¿DE QUÉ COÑO ESTÁS HABLANDO? NO ME VOY A CASAR, ¿VOY A TENER QUE ENSEÑARTE CÓMO RESUELVO LAS COSAS? - grité, poniéndome en pie y clavándosela en la cabeza. Por mucho que te considere, no me rebajo ante nadie, así es como funcionan las cosas conmigo.
- ¡CÁLMATE, ANTONY! SÉ MUY BIEN CÓMO SOLUCIONAR LAS COSAS, ¡TENGO MÁS EXPERIENCIA QUE TÚ! - Escuché el sonido del gatillo de su 357 en mi cabeza... él también es bueno con un arma, estábamos a mano. Su mirada era de desaprobación, su respiración acelerada y, al alejarme, me di cuenta de que su pistola seguía apuntándome.
Volví a sentarme, aunque tenía los dientes apretados y una expresión terrible en la cara.
- ¡Tío! - Hice una pausa y golpeé el vaso de whisky contra la mesa, casi rompiéndolo. - ¡Sólo que nadie puede decirme lo que tengo que hacer!
- ¡Yo también te entiendo, Antonio! Te llamo por tu nombre porque te he visto crecer, ¡eres como un hijo para mí! - Se levantó y puso las manos sobre mi mesa en la fortaleza. Conocía bien esa mirada, no era de comprensión, él también estaba harto.
- Entonces, ¡deshazte de él! - Golpeé la mesa con la mano, pero él se encogió de hombros.
- Imposible. Conoces las reglas, y tu madre ya te ha privado de demasiadas de ellas que deberías haber seguido, huir de los entrenamientos y las bodas. ¡Pero ahora ya no hay nada que hacer! Vengo a informarte de que el consejo está presente, te esperan en tu habitación, con dos hermosas chicas vírgenes de la alta sociedad que gozan de buena reputación. - Me levanté furiosa, le di la espalda, estrellé mi vaso contra la pared, y mi tío ni se inmutó, me conoce bastante bien.
- ¡Qué ridículo! No hay una sola mujer que me haya llamado la atención aquí en Roma, ¡y muchas veces hasta he pensado en renunciar a ser el nuevo Don! - Camino de un lado a otro, pasándome las manos por los ojos y el pelo.
- Te están esperando, ¡no hay escapatoria! - Me estiro para liberar mi cuerpo de la tensión y le encaro.
- Qué demonios, ¡elijo uno y me voy a la mierda! - Desistí de intentarlo.
Cogí mi abrigo negro, cerré todos los botones, me puse una boina y gafas de sol.
Con la Taurus en la cintura, caminé sin mirar a mi alrededor, mi objetivo era resolver este problema, fuera como fuera.
Cuando llegué al salón, me di cuenta de que aquellas mujeres nunca me complacerían como esposa. Aquel viejo de la corporación mafiosa comenzó a presionarme, además de mirarme, sintiéndose complacido por haberme acorralado. Golpeé con la punta de los dedos el plato, inquieto, el figlio de puttana estaba consiguiendo acabar con mi sonrisa.
- ¿Ya se ha decidido, Don? - se atrevió a preguntarme, y eso fue suficiente... Le dediqué una sonrisa satisfecha, antes de pronunciar las últimas palabras que escucharía en su vida....
- ¡Yo soy Don! Nadie me dice lo que tengo que hacer y vivo para contarlo. - Miré directamente a esos odiosos ojos negros y en cuestión de segundos saqué mi 9mm y disparé a quemarropa a ese pequeño bastardo. - Que sirva de ejemplo a cualquiera que piense lo contrario. - Limpié el arma con la chaqueta antes de volver a mirar a mi alrededor y pasar por encima del cuerpo tendido en el suelo.
Miré a un lado y luego al otro, sería difícil elegir entre mujeres tan superficiales, no elegiría. Entonces mis ojos encontraron a una mujer muy hermosa en el jardín... se estaba quitando algo de la cabeza, parecía un pañuelo largo, y su larga melena rizada le caía sobre los hombros.
La morena no me vio, con el silenciador no debió oír el disparo, pero hice ademán de acercarme a la ventana para verla mejor. Salió al balcón de la entrada principal y recogió algunas cosas, parecían basura... eran bolsas negras enormes, algunas casi tan grandes como ella, pero las llevó tranquilamente hasta la puerta.
Me fijé en un hombre mayor que estaba fuera, y tiraba de las bolsas, poniéndolas en un carro que estaba enganchado a un sencillo coche rojo.
Era guapa, con una piel envidiable y unos magníficos ojos verdes, pero iba mal vestida e incluso sucia. Con manos delicadas sujetaba los sacos, y su mirada era dulce.
- ¿Quién es usted? - me acerqué a ella y le pregunté en voz baja, explorando el terreno.
- Me llamo Fabiana. ¡Perdóname por irrumpir en la casa! - dijo ella, queriendo marcharse y dándome la espalda.