NayraReis
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Mis Hermanos Crueles
Gavin La carta de la Real Academia de Danza, el sueño de toda mi vida, llegó bajo el sol de Sevilla.
Era la recompensa a años de sudor y dolor silencioso.
Pero en mi propia casa, mi sueño era la pesadilla de otra persona.
Mi hermano Máximo, cegado por las mentiras de nuestra hermana adoptiva Sofía, me arrebató la carta.
"¿Cómo te atreves?", siseó, con los ojos llenos de una furia que no lograba comprender.
Sofía, con sus lágrimas falsas y su falsa hemofilia, lo avivaba.
Máximo me acusó de robarle a Sofía su "duende", su suerte y su futuro.
Esa noche, la misma mano que de niño curaba mis rodillas raspadas, me arrastró a un cortijo abandonado.
Con la navaja de nuestro abuelo, me hizo un corte profundo en el tobillo.
¡Tengo hemofilia! ¡Un corte así podría matarme!
Pero sus palabras fueron más dolorosas que la herida: "Ahora, ¿también quieres robarle su enfermedad? Sofía es la frágil, no tú".
Me ató a un olivo, desangrándome, rodeada por perros salvajes.
Llamé a Máximo desde el móvil, suplicando.
"Deja de hacer teatro, Elena", me dijo mientras oía la risa de Sofía de fondo.
"Se lo merecen los ladrones", añadió Sofía. "Así aprenderás a no robar lo que no es tuyo".
Me colgaron.
Abandonada, herida, al borde de la muerte, me pregunté: ¿Cómo fue posible tanto odio, tanta ceguera, tanta traición de mi propia familia?
Pero algo cambió en mi interior mientras sentía la vida escapar, un plan sutil y devastador empezó a germinarse en mi mente.
Mi regreso sería mi venganza. La Heredera Verdadera y Única
Gavin La fiesta de "Bodegas y Aceites Vega" vibraba en su apogeo.
Yo, Sofía, Directora General, celebraba un éxito internacional que había forjado.
La élite brindaba, pero yo sabía: "es la arribista que se casó con Javier".
La celebración estalló: mi esposo, Javier, apareció con Isabel de la Torre, su primer amor, embarazada.
Anunció: "Mi divorcio de Sofía... y su despido como Directora General".
Luego, declaró: "Isabel, madre de mi heredero, será la nueva directora".
El silencio jadeó; un cruel susurro: "Pobre ilusa".
Javier, con desprecio, ofreció 10.000 euros, "legalmente no te debo nada".
Isabel, acariciando su vientre, remató: "mujer estéril".
Mis suegros, Ricardo y Elena, llegaron; Javier apeló a ellos.
Ricardo sentenció: "Javier, haz lo que consideres mejor".
Mi destino, a los ojos de todos, estaba sellado.
Firmé el divorcio, mi mano firme pese a su burla.
La promesa que me ataba se desvanecía.
Mi calma ocultaba una verdad profunda, un sacrificio.
Javier se rió: "¿Qué verdad? ¡Que eres una don nadie!".
Su arrogancia ignoró la bomba que activó.
Mientras me ordenaba desaparecer, miré a Ricardo y Elena, mis verdaderos padres.
Pedí: "Padre, madre, ¿podrían contarles la verdad?".
Ricardo rompió el silencio: "¡Silencio!".
Entonces, la bomba: "Javier no es nuestro hijo biológico. Nuestra verdadera hija es Sofía. Ella es la única y verdadera heredera." Cásate con tu Prima
Gavin Mi vida como heredera de los Mendoza prometía un futuro brillante, con un viñedo próspero y un matrimonio con Javier Ríos, el hombre que creía ideal.
Pero de repente, todo se desmoronó cuando unos secuestradores me arrastraron a un almacén lúgubre en Poble-sec.
Mis gritos se ahogaron en el silencio mientras la sangre manchaba el cemento, y cada llamada que le hice a Javier, mi supuesto salvador, quedó sin respuesta.
Él, aduciendo que mi secuestro era una "rabieta de niña rica" orquestada por su "dulce" prima Sofía, me dejó sola para morir.
La agonía de mis huesos rotos no se comparaba con la helada puñalada de su traición, la humillación de ser desechada como un capricho.
Morí allí, preguntándome cómo pude ser tan ciega, tan ingenua, ante la maldad que me rodeaba.
Pero entonces, abrí mis ojos de nuevo, viva y con el recuerdo intacto de cada punzada de dolor y cada mentira.
Esta vez, Isabela Mendoza no sería una víctima; se levantaría de las cenizas para reescribir su destino y hacer que cada traidor pague su deuda.
Y mi primera decisión fue elegir al único hombre que vino a buscarme, aunque llegó tarde: el leal Mateo García. Mi Amor Sacrificiado Recibe Nada
Gavin La gala era el evento del año, y mi teléfono sonó en mi pequeño apartamento: era Máximo, el magnate, el hombre al que había salvado.
Me preguntó con desprecio helado: "¿Te arrepientes de haberme dejado por dinero?"
Acababa de leer mi diagnóstico de insuficiencia renal terminal; mi único riñón estaba fallando, las facturas médicas se amontonaban, asfixiándome.
"Necesito dinero, Máximo. Préstame cinco millones de pesos," supliqué, la verdad inarticulable.
Su risa fue corta y sin alegría: "No. Ya no tengo ningún arrepentimiento." y colgó, mientras en televisión él declaraba: "Como pueden ver, algunas personas nunca cambian."
Al día siguiente, recibí los cinco millones, pero al ir al hospital me encontré con Máximo y su prometida, Scarlett, que me humillaron y se burlaron de mi supuesta "avaricia."
Cuando caí al suelo, mi informe médico con "INSUFICIENCIA RENAL CRÓNICA" quedó expuesto, y Máximo estalló: "¿Ahora inventas una enfermedad? ¡Eres increíble! ¡Estafadora!"
El dolor era insoportable, la enfermedad me consumía, y su ceguera me destrozaba.
Cathy, mi mejor amiga, me consiguió trabajo en la viña de Máximo, sin decirme de quién era, solo que necesitábamos dinero desesperadamente.
Ante sus invitados, Máximo me humilló llamándome "trepadora" y Scarlett me pateó la cicatriz de mi riñón.
Luego, Máximo me ofreció cincuenta millones de pesos si me bebía una caja entera de su vino más caro, sabiendo que el alcohol era veneno para mis riñones moribundos, un acto de humillación pública.
Pensé en las deudas y la diálisis, en la posibilidad de ganar tiempo, miré a Máximo a los ojos y asentí, decidida a beber hasta el final, sin importar el costo.
¿Qué me había traído a este límite fatal, dispuesta a morir por dinero, después de haber sacrificado todo para que él viviera? El Silencio de mi Venganza
Gavin Mi boda prometía ser la unión perfecta: amor y fortuna con Mateo Vargas, el "príncipe azul" de México.
Pero con un temblor en la mano, firmé un contrato que detallaba mi desaparición y mi "muerte" .
Era el día de mi boda, y mi plan estaba en marcha.
Durante siete años, mientras Mateo me profesaba un amor sagrado, vivía una doble vida con Valeria Ríos, "La Loba" .
Lo supe todo: sus secretos, sus encuentros, sus promesas vacías.
Pero la humillación alcanzó su clímax cuando Valeria me envió la foto de su vientre abultado y un mensaje: "Él dice que tú eres su deber, pero yo soy su vicio. ¿Adivina cuál prefiere esta noche?" .
Estaban esperando un hijo.
Valeria me bombardeaba con ecografías y fotos de la cuna del bebé.
Incluso, en mi propio cumpleaños, mientras Mateo me regalaba esmeraldas, se las dio idénticas a ella, usando las mismas falsas palabras.
Su familia, la misma que me trataba con frialdad, abrazaba cálidamente a Valeria, celebrando al futuro heredero.
Llegué a casa enferma de dolor.
Y la noche culminó cuando escuché los gemidos de Mateo y Valeria en la habitación contigua a la mía, mientras yo convalecía, sintiendo su placer en mi casa.
Fue la tortura más cruel.
El dolor se transformó en una calma helada, una determinación inquebrantable.
Ya no era Sofía Herrera, la novia traicionada.
Era un fantasma, una muñeca vacía, dispuesta a ejecutar la venganza que bullía en mi interior.
Este no era un secuestro. Era mi renacimiento.
Mi respuesta fue simple, dos palabras que sellaron mi destino y el suyo: "Te lo concedo" .
Ahora, el "accidente" que pondrá fin a mi vida de Sofía está a solo unas horas.
Mateo no solo iba a perder a su prometida, sino también su cordura.