Jena AS
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  Libro y Cuento de Jena AS
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   El Rosario y la Traición
  Gavin  En la vasta y apacible Hacienda  "La Esperanza" , Elvira creció como una princesa, colmada del afecto desmedido de su tío, Don Ricardo, su único protector tras perder a sus padres.
Pero la noche de su mayoría de edad, un acto de amor prohibido y la intrusión de un rosario sagrado transformaron a su benefactor en un verdugo, exiliándola sin piedad a un internado infame.
Tres años de horror insufrible forjaron cicatrices invisibles, y al regresar, la encontré sumida en un purgatorio doméstico, bajo la indiferencia glacial de mi tío y la cruel manipulación de su prometida, Sofía.
¿Cómo pudo el hombre que me adoraba caer tan ciego ante la maldad, al punto de permitir que me desollaran viva, y aun así creer las infames mentiras que me hundían cada día más?
Ahora, la verdad velada por el fuego y el dolor insoportable ha empujado a Elvira al abismo; pero desde el más allá, su espíritu despierta, marcando el inicio de una ineludible y sangrienta caída para quienes la traicionaron.     Los Demonios Adoptivos
  Gavin  El fuego me consumía, pero el verdadero infierno era el odio de la multitud.
Atada junto a mi esposo, Ricardo, escuchaba los gritos de "¡Bruja! ¡Monstruos!", mientras el olor de nuestra carne quemada inundaba el aire.
En mis últimos alientos, no sentí las llamas, sino la helada traición de Camila y Renata, las hijas que rescatamos de un orfanato, a quienes dimos todo.
Ellas nos habían pagado orquestando nuestra ruina, acusando a Ricardo, estéril, de embarazarlas.
Observé cómo el jurado de la turba dictó su sentencia con gasolina y fósforo, y morí con una sola pregunta que me desgarraba: ¿Por qué?
Y entonces, desperté.
El sol entraba por la ventana, mis pies descalzos sobre el frío suelo sabían a renacimiento.
No fue un sueño, era una segunda oportunidad.
El calendario marcaba el 15 de agosto, el día de la cita médica que lo cambiaría todo, el inicio de su mentira.
Sabía que nos acusarían de nuevo, que la prensa nos devoraría y la turba nos condenaría.
Esta vez, no permitiría que destruyeran a Ricardo, ni que nos arrastraran al infierno de nuevo.
Conocía cada uno de sus movimientos, cada una de sus mentiras.
Ya no era la ingenua Sofía, la que solo tenía sentimientos.
Esta vez, estaría preparada.     Vivo Por Sí Misma
  Gavin  El olor a aceite quemado y ese humo picándome los ojos fueron la primera señal del infierno que vivía.
Mi padre, un chef aclamado, me miraba con esa decepción familiar, no por el desastre en la sartén, sino por mí.
"Camila solo estaba aprendiendo, tenías que ser paciente con ella", decía con una voz tranquila que me aplastaba.
Mi hermana, Camila, lloraba lágrimas falsas, un truco para ganarse a papá, mientras yo callaba la verdad de su sabotaje.
Para mi padre, mi talento no era un don, sino una carga, una deuda perpetua con mi mediocre hermana, a la que había que "nivelar".
Una vez me dijo: "No es justo para Camila que tú siempre seas la mejor".
Así crecí, mi esfuerzo castigado, la mediocridad de Camila premiada, viviendo con una ansiedad que mi padre llamaba "drama".
Cuando fui aceptada en la mejor escuela de gastronomía, y Camila no, mi padre tuvo la "solución justa": "Vas a cederle tu lugar a Camila, es tu deber como hermana".
En mi furia, le grité que su "igualdad" me había enfermado, y él, en un arrebato, derramó café hirviendo sobre mi mano.
Camila, con una sonrisa satisfecha, me soltó: "Para papá, tú y yo siempre seremos lo mismo, no importa cuánto te esfuerces".
En ese instante, algo se rompió dentro de mí: el amor, la esperanza, todo.
Esa noche, con la quemadura hirviendo en mi piel, empaqué una pequeña mochila, sin rumbo fijo, solo con la certeza de que debía irme o moriría.
Me paré en un puente, al borde del abismo, mi teléfono vibrando con las amenazas de mi padre: "Vuelve a casa ahora mismo, Sofía, no hagas esto más difícil".
Pero un desconocido se acercó, revelando sus propias cicatrices, y me dijo: "Tu vida es tuya, no dejes que gane, no les des el gusto, vete de aquí, pero vive".
En ese momento, mi padre me encontró, y mientras me sostenía la mano quemada, me advirtió: "Me has hecho pasar una vergüenza terrible, arreglaremos esto en casa".
Pero ya no había "nosotros", ni "hogar".
Encerrada en mi cuarto, hice lo único que quedaba: marqué un número prohibido, el de mi tía Elena.
"Tía Elena, soy yo, Sofía... ¿puedes venir por mí?".
Hubo un silencio atónito, luego, sin dudarlo, ella respondió: "Claro que sí, mi niña, voy para allá ahora mismo".     La Venganza Silenciosa
  Gavin  El aire de la taberna, antes un hogar de música y risas con mi hermano Leo, olía aquella noche a podredumbre mezclado con el perfume empalagoso de Sofía.
Ella, arrogante, se burló de nuestra música, de nuestra alma, hasta que su sobrino destrozó la guitarra de Leo, un regalo de nuestro abuelo.
Mi mano, automática, abofeteó a ambos, sellando mi destino.
Mi marido, Mateo, entró justo en ese momento, viendo solo mi "salvajismo" y no la provocación.
Me llamó "animal" y, cegado por la vergüenza y las lágrimas falsas de Sofía, decidió castigarnos.
Nos envió a un convento en la sierra, un lugar desolado presentado como un "retiro" para "mujeres como yo".
Apenas llegamos, nos separaron: a Leo, al ala de servicio, y a mí, a una celda para domar mi "espíritu salvaje".
Sufrí humillaciones constantes y trabajos extenuantes, obligada a servir a "benefactores" que me veían como un animal exótico.
Pero lo peor no fue para mí, sino el castigo a Leo por cada atisbo de mi rebeldía, obligándome a convertirme en la interna modelo.
Seis meses después, Mateo y Sofía vinieron a "ver mi reforma", riéndose con sus amigos de mi sumisión.
Para proteger a Leo, me arrodillé y golpeé mi frente contra el suelo de piedra, pidiendo perdón a Sofía con la boca llena de sangre.
Fue entonces cuando Mateó preguntó por Leo.
La Madre Superiora negó con la cabeza, diciendo que había escapado semanas atrás.
Mi mundo se hundió; sabía que Leo nunca me abandonaría así.
Mateo, furioso, me arrastró a mi celda, exigiendo saber dónde estaba.
En mi desesperación, señalé el viejo armario, y él, al patearlo, descubrió un compartimento oculto.
Allí estaba Leo, acurrucado, inmóvil.
Mateo me acusó de haber matado a mi propio hermano.
Pero lo que él no sabía es que el broche de plata que me regaló por nuestro aniversario grababa cada palabra, y así fue como descubrió la verdad.
La grabación reveló a Sofía y su sobrino burlándose de Leo, drogándolo y escondiéndolo en el armario, apoyados por la Madre Superiora.
El mismo Mateo, furioso por la verdad, arrasaría con todo, pero su venganza no sería la última.
Yo, Isabela, la salvaje sin voz, recuperaría mi alma a través del dolor y la propia justicia, porque la venganza, a veces, es la única canción que queda por bailar.