El secreto de las bestias
del mar. A Rebeca le correspondía ese día terminar de organizar los mostradores c
uristas ansiosos por hundirse en las templadas aguas del mar Caribe, posibles clien
provenía de la cosecha de cacao de la que su padre había sido socio, pero Marian no quería
na depresión causada por el estrés, aun sabiendo que si no reci
aron la invitación de los líderes de visit
otros miembros de la sociedad, ella se dis
comenzaba a vislumbrarse
las olas despertaron los pocos recuerdos que su me
sa marina; los brazos fuertes de su padre que la alzaban en dirección al cie
le hizo perde
local siendo invadida por el frío f
emociones, pero La Costa le hacía una
evitar que aquellas dantescas imágene
ros de la sociedad étnica celebraban la excelente cosecha producida ese año y las insuperables ventas, ignor
haber iniciado la festi
iones y gritos llenos de desesperación, así
sataba una sangrienta masacre, y en medio de la oscuridad lo único que div
a y cercaní
ficados. A su alrededor poderosas llamas comenzaban a alimentarse con los restos de l
as, ella repasó el lugar. En un rincón su madr
vida del hombre, y tras ellos, una figura fantasmagó
e la observaba con rencor a través d
capar el grito de terror que solía emitir cua
a la rondó en sueños por muchos años, hasta que pudo ha
pareció, la había llamado en un par de oportunidades asegurándole estar muy oc
viajaran a La Costa para resolver los inconvenientes de los
ar de nuevo por las calles arenosas de e
ñaban hasta en los callejones más apartados, así co
eblo en dirección a las plantaciones de
curiosidad y júbilo a pesar de no
hón vegetal silenciaba los sonidos del mar y agitaba los de la naturalez
inuar o no. Aquel sonido despertaba sus tem
eguir. Creía que había algo más allá, algo que nec
ó de atravesar el sendero y se internó en una selva a
ía distinguir la presencia de algunas personas. La música de los tambo
cánticos que acompañaban a la percusión
bailes de cumaco que se producían en el porche trasero de la casa, frente a un a
negra y cabellos ensortijados, unos sentados sobre grandes tambore
que se notaba algo embriagado y con el rostro y cuello sudado por el es
s de alguna secta que rendía devoción a los santos, realizando ceremon
a, era como si la hubieran hipno
as desperdigadas. Unos alrededor de una fogata, donde calentaban un cald
lto, pues las mujeres que lo rodeaban tenían el agua
umaba un tabaco y soplaba el humo en el pecho del sujeto mientras él
mente agua, y su cuerpo escultural, de músculos definidos
ra imposible de
olor, y a medida que se intensificaban, lo hacían también los cantos y
ños con firmeza demostrando que sufría, pero aquello hac
abía experimentado tal cosa cuando veía a un hombre, pero le fue impo
con una fuer
el arrebato. Pero a pesar de que el sonido que emitió fue muy b
las de la bestia que la atormentaba en sueños. Ahogó un grito y ret
e percatara de su presencia, ella salió huyendo como si la
u habitación pasando doble cerrojo a la puerta y se acostó en su cama boca abajo
ez aquel hombre en realidad nunca tuvo los ojos enrojecidos, pero ella ahora los veía en todo
emoníaca la acosara, atr
a gastado dinero llevándola con especialistas,
ó a no pensar más en ello y mirar siempre adelante, pero el aroma del mar