Eso que llamamos casualidades
fundido y con un bebé que había vuelto a llorar tan pronto como bajé del elevador. Eso, además de q
inada y yo necesitab
ue me quedaba. No me malinterpretes, es solo que pienso que a nadie le gusta apestar a mierda. Puedo equivocarme, sin embargo. No lo sé. Justo cuando metí la llave en la cerradura, la más chismosa de mis ve
o estrangulado y mi vecina salió al pasillo para ver qué estaba
e te ayude?
strarme sin anestesia y con un cuchillo para mantequilla. Ella jamás hacía favores sin cobrártelos después, con creces, con un
oy bien,
miró con una ceja alzada. Síp. Bendi
irme la puer
o que le pedí y luego arrugó la cara como
a y José!, ¿q
Sobre todo yo, que me había llevado la me
omo que se m
pones un pa
esto. Decírselo habría sido como firmar mi sentencia de mue
tenía puesto lo cagó también. Co
ía pasar. Me preparé mentalmente para la pregunta que sabía que iba a ha
ién es? -
antes de
M
deseo de reírme, eso no habría sido bueno para mí. Tengo una imaginación muy florida, ¿qué puedo d
r, salía a jugar en
suficiente como para despe
um! Apareció ella. Y com
r la adopción o lo que fuera que se hiciese en este país. Martha me dio una mira
. -Le di una mirada a la bebé-... tengo que bañarla, bañarm
saliendo de un sueño
Si... Bue
as no
z. La soledad me golpeó duro. Esto era habitual: yo esperaba, estúpidamente, volver a encontrar a Gabriela ahí.
lave y esperé que el agua estuviera lo bastante tibia como para meterme junto al bebé. Gracias
n que el agua nos mojó a ambos. Esto era un poco más difícil de lo que esperaba, pero podía con ello. Apretándola contra mí, nos limpié a los dos con un poco de jabó
idea de cómo enfrentar. La sequé con una toalla e improvisé un pañal con unas sábanas.
complacido. Esto de ser papá se me daba bien
a comenzó a llorar. Olvida el llanto dulce, si es que existe, esto eran gritos desesperantes que harían e
tcétera. Esta vez me fue mejor, logré alimentarla casi
a mí. Pero al final, cuando pude verla sobre mi almohada, me dije que valía la pena. Un poco sentim
o s
ero honestamente, ¿cómo la alimentaría cuando la mayoría de las veces no tenía para comer? Sin contar que era un adicto a
a considerando la basura de la que salí. Sus palabras, como eco, vinieron desde adentro: «Pórtate bien, Adrián», me dijo y desapareció. Por supuesto, no le hice caso. No valía la pena ser bueno con una madre que me odiaba po
xia que precede al llanto. Sin embargo, no lloraría hoy. No ahora. Por
irada. Ya encon
ndo una a una . Es que, vamos, mi hija no podía llamarse «bebé» o «niña» para siempre. Y ni hablar de ponerle los típicos nombres venezolanos. ¿Qué clase de acomplejada
e persona, pero mi maldad
a elegirlo: Daila. Hermosa como una flor. «Perfecto. Este será»,
nto de vivir en la miseria o no. Quizá este era el empujon