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Cuentos inquietantes

Capítulo 2 Conexiones del alma

Palabras:1874    |    Actualizado en: 25/10/2021

ones d

nte al televisor, quizá. En la columbina de la terraza, mientras leía el periódico. Quizá sentado en el r

esvencijado triciclo del que era propietario. La cerveza le había inflado salvajemente la vejiga, así que detuvo el triciclo a mitad de cuadra y entró a trompicones en la vieja casona. Orinó un largo minuto sobre los escombros. Luego un velado impulso le hizo sacar la linterna y entrar a explorar el caserón. Las

jos…¿― bal

ra quedar en medio de un inusual tráfago de gente y jolgorio musical. De inmediato reconoció el bulevar de Obispo. Una calle inconfundiblemente habanera. «No puede se

ra y ya era él quien venía a visitarlos, una vez al mes, o cuando le entraban las ganas... Adriancito estaba muy cambiado. Como padre, Desi se espantaba de verlo en tantos melindres y acicalam

rañaba no haber despertado. Sabía que un sueño del que no se despierta puede significar que se ha muerto. Y un sueño que se repite un día tras otro puede ser prueba d

ue en vano. Yara no despertó. Tomaba píldoras sedantes y siempre caía rendida como una piedra. Contempló el cuerpo desnudo de su

en el mismo nudo de ensoñaciones. El mismo itinerario: pipa de cerveza, cháchara inútil con los socios, las horribles

o» gimió Des

er alguna barbaridad, o sea, romper las reglas de lo que de

a alguno de ellos y dándose a la fuga. Sin embargo desistió de la idea. Ni aún en sueños soportaría él una larga carrera, con toda la parafernalia policíaca detrás. Prosiguió hasta el Parque Central. Un b

o de clientes potenciales. Una de ellas, de altos tacones rojos

ello? ¿Quieres past

tu pastelito ―le aventó Des

oró su demanda y se le

ó― estar allí pasmado, con t

n varón tenerlas, sin embargo… La dama captó su mirada y se sentó a su lado. Desconcertado aun con aquellas p

comentó, como quien d

noche hizo un

estó con un chillido, para luego encimársele con

albuceó Desi y sacó la man

uego se le había enc

n las piern

las mujeres, son las qu

so una mano en la cadera

n me dice otra cosa. ―di

ste parque inmenso. ¿Te botar

Y un hijo ―añadió― Por

ás así, tenso. Se ve qu

pó con sus uñas punzant

te lo dije ―se zaf

fresca. Yo te puedo conectar con la mejo

a silbó hacia otras damas que conversaban en la esquina. Estas aullaron de entusiasmo y se apuraron a comparecer. La dama

mo tú. Te la dejo aquí, precioso. Después me lo agradeces. Ah… y cada vez q

eando exageradamente las caderas. Más la muchacha frente a él permaneció callada, con la atención concentrada en la punta

? ―le preguntó, pa

ondió la muchac

unca has

unc

untó Desi mientras le a

abios que le parecían de fresa. Sin embargo, en cuanto las pupilas de ambos se enfocaron d

―gritó es

pondió Desiderio, c

ú haces aquí

nrió, levantándose. No hay nada que temer, se dijo, solo es un maldito sueño. A

endo que le seguía―sé que te llamas Adriancito,

no se daba p

e explicarte, hablemos d

a y pasó esquivando el mismo tumulto de turistas de antes. Entró de regre

por qué viniste. En el

eguirlo, pero se le quebraron los enorm

Pap

ue pudo. Entonces despertó, sobresaltado. Yara su mujer dormía como de costumbre y no se movió. Aunque un minuto desp

ebe haberle sucedido! ―exclamó,

ara que se calmara y

no llames a estas horas. Vas a matar a tu mad

ro lado de la l

Adr

ien. Es solo que…

rebató el

cariño?―pregun

cupes. Te quiero. Los quiero…

y escuchó, reten

o la voz

é tie

, pero yo entraba detrás de ti, para curiosear. Vi lo que hacían, tú y aquel…amigo tuyo, recostados contra el portón. No te j

ré lo que me pides. ―disimuló

col

a columbina de la terraza, viajó de nuevo hasta la casona abandonada. Empujó el pesado portón, con el corazón a puro galope. Ante su

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