Cuentos inquietantes
ones d
te al televisor, quizá. En la columbina de la terraza, mientras leía el periódico. Quizá sentado en el ret
esvencijado triciclo del que era propietario. La cerveza le había inflado salvajemente la vejiga, así que detuvo el triciclo a mitad de cuadra y entró a trompicones en la vieja casona. Orinó un largo minuto sobre los escombros. Luego un velado impulso le hizo sacar la linterna y entrar a explorar el caserón. Las
os...¿― bal
ra quedar en medio de un inusual tráfago de gente y jolgorio musical. De inmediato reconoció el bulevar de Obispo. Una calle inconfundiblemente habanera. «No puede se
ra y ya era él quien venía a visitarlos, una vez al mes, o cuando le entraban las ganas... Adriancito estaba muy cambiado. Como padre, Desi se espantaba de verlo en tantos melindres y acicalam
rañaba no haber despertado. Sabía que un sueño del que no se despierta puede significar que se ha muerto. Y un sueño que se repite un día tras otro puede ser prueba de
ue en vano. Yara no despertó. Tomaba píldoras sedantes y siempre caía rendida como una piedra. Contempló el cuerpo desnudo de su m
en el mismo nudo de ensoñaciones. El mismo itinerario: pipa de cerveza, cháchara inútil con los socios, las horribles
o» gimió Des
er alguna barbaridad, o sea, romper las reglas de lo que de
a alguno de ellos y dándose a la fuga. Sin embargo desistió de la idea. Ni aún en sueños soportaría él una larga carrera, con toda la parafernalia policíaca detrás. Prosiguió hasta el Parque Central. Un b
o de clientes potenciales. Una de ellas, de altos tacones rojos
ello? ¿Quieres past
tu pastelito ―le aventó Des
oró su demanda y se le
ó― estar allí pasmado, con t
n varón tenerlas, sin embargo... La dama captó su mirada y se sentó a su lado. Desconcertado aun con aquellas
comentó, como quien d
noche hizo un
estó con un chillido, para luego encimársele con
albuceó Desi y sacó la man
uego se le había enc
n las piern
las mujeres, son las qu
so una mano en la cadera
n me dice otra cosa. ―di
ste parque inmenso. ¿Te botar
Y un hijo ―añadió― Por ci
ás así, tenso. Se ve qu
pó con sus uñas punzant
te lo dije ―se zaf
fresca. Yo te puedo conectar con la mejo
ma silbó hacia otras damas que conversaban en la esquina. Estas aullaron de entusiasmo y se apuraron a comparecer. La dama
o tú. Te la dejo aquí, precioso. Después me lo agradeces. Ah... y cada vez q
eando exageradamente las caderas. Más la muchacha frente a él permaneció callada, con la atención concentrada en la punta
? ―le preguntó, pa
ondió la muchac
nca has pr
unc
untó Desi mientras le a
abios que le parecían de fresa. Sin embargo, en cuanto las pupilas de ambos se enfocaron d
―gritó es
pondió Desiderio, c
ú haces aquí
nrió, levantándose. No hay nada que temer, se dijo, solo es un maldito sueño. A
endo que le seguía―sé que te llamas Adriancito,
no se daba p
explicarte, hablemos de
a y pasó esquivando el mismo tumulto de turistas de antes. Entró de regre
por qué viniste. En el
eguirlo, pero se le quebraron los enorm
Pap
que pudo. Entonces despertó, sobresaltado. Yara su mujer dormía como de costumbre y no se movió. Aunque un minuto de
ebe haberle sucedido! ―exclamó,
ara que se calmara y
no llames a estas horas. Vas a matar a tu mad
ro lado de la l
Adr
en. Es solo que...
rebató el
cariño?―pregun
upes. Te quiero. Los quiero...
y escuchó, reten
o la voz
é tie
, pero yo entraba detrás de ti, para curiosear. Vi lo que hacían, tú y aquel...amigo tuyo, recostados contra el portón. No te j
ré lo que me pides. ―disimuló
col
a columbina de la terraza, viajó de nuevo hasta la casona abandonada. Empujó el pesado portón, con el corazón a puro galope. Ante su