El primer suplicio
l sitio
bó en mi pupila y luego indel
y hermosa, tibia, llena de vivos reflejos, ceñida en el alto d
sculatura de hierro, dorso escapular de luchador, pecho saliente, el frontal achatado como la nariz, colmillos de lobo, mirar siniestr
le había sido causada por un bote de
ra un soldado bravío capaz de la acc
del Cuerpo de Guardia le intimó personalmente que volviese a su campo. Del Cuerpo de Guardia al sitio del desorden, había más de veinticinco pasos. Montiel, que estaba excitado, se negó a obedecer, arguyen
nea del deber. Esperolo tranquilo el soldado, daga en mano y trabada una lucha breve, apenas d
l acero teñido en sangre caliente, y
n, en aquel círculo popiliano, lanzando voces enérgicas. Montiel brinca y ruge como estimulado por el va
jones y alaridos; se oprime al matador que doquie
mo a su lado sin rozarlo; y ya va a esgrimir por tercera vez su hoja temible, cuando otro oficial que se ha apoderado de una lanza la bl
La sangre le corría de la espantosa desgarradura a borbotones, y una contracción
o airado, most
as hech
emoviendo los gruesos labios trémulos, ni más ni menos que la fiera después de haber hundido un
s tarde estaba c
o una espuma de borrasca. Aquella vida no valía más que la de un
, el fiero negro se puso pensativo. Quedose
una corta ausencia del sacerdote que
hay más que gusanos? Esto digo porq
esté que pes
rep
orir com
como herido por un golpe eléctrico, arrojose al suelo con todo el peso de su cuerpo y de sus hierros y se echó a rodar
móvil por algunos segundos cual una figura de piedr
ngestión del brazo herido de Montiel fue horrible: form
. Recobró una fr
e habituado a la
ntido con razón -d
daba el Cuerpo de Infantería en cuyas filas había revistado
rle, Montiel, porque añadi
que él man
í
l reo revelaba cierta fruición
ruido marcial de los clarines y tambores que llegó a sus oídos como un eco lejano de la disciplina y del deber, sintió una conmoción, irguió altivo la ca
sentir la nota de un ave vagabunda, el graznido de un pájaro de las soledades que le
ara conducirlo al suplicio
e como la que contrae los músculos faciales de los eteri
Dejaba a su compañera diez y siete pesos que le ad
ra un perfecto caballero, recibió las últimas volun
mbro la manga derecha de la casaquilla, a fin de que ella pudiera ser prendida a l
se la
ias! -
con paso firme, cual
re de gente de armas reunida en la calle, no salió un eco: pero los gritos del fi
planada verde y espaciosa, en las
"pena de la vida al que pida por el reo", se volvió para dominar con aire altanero todos los cost
ue si saben que está rezando p
fatal, agregó c
señor cura. Con uno más no h