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a rápidamente, había despedido a la
yordomo. – Su majestad el emperador desea v
mperador. Caminé a paso lento por los senderos del castillo, y luego por los pasillos de este, hasta llegar a las enormes puertas que daban pa
r telares de tono rojizo, eran sumamente finos, tanto que podía distinguir las f
adre -r
a señorita Mar
-respondí
al fin -dijo entre risas - Que tal una de m
cil de controlar, ya no podía
– En todo caso. ¿A qué se debe su llamado padre? –
da, tampoco me podía dar el lujo de decir la verdad. -Te llamaba querido hijo, para infor
ste di un suspiro de alivio. Este había sido un día terrible, abrí las puertas y caminé hacia mi cama, retiré las telas que la
a pobre chica sabiendo que esta había sido una orden de mi padre, pero la frustración me había ganado, me lancé hacia la cama y esc
olor era embriagador, estaba adormecido. De pronto un pensamiento vino a mi ca
e. Continué así hasta que la presión fue insoportable. Miré rápidamente para ver que era lo que mantenía esa presión tan molesta. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al encontrarme con la razón, mi miembro sob
a y parecía ser suave; tanto como las sabanas de la cama. Me recosté para tener mejor alcance del perfume, mi mano se movía a ritmo violento, ya había perdido toda conciencia solo podía sentir el p
ieres algo
iré mi mano; estaba cubierta de liquido blanco. Suspiré por ultima vez y procedí a lavarla. L
rticular, este había quedado grabado en mi memoria; nuevamente no pude resistirme y me entregué a las manos del placer, anheland