El imperio que él le vendió a ella
. Todavía podía escuchar sus susurros ahogados e íntimos con Brenda, un fantasma de su conversación resonando
o dentro de mí. Mi mirada estaba fija en el socio, que todavía jugueteab
tro usualmente rojizo palideció
... no estoy seguro
a forzada er
de lo que pretendía-. La mujer en la llamada de Carlos
a puerta, luego de vuelta a
pausa, luego agregó, como si fuera un apéndice casual-. Ha estado... cerca del señor
mo juguete de Carlos, envuelto en el disfraz de avance profesional. La ironía era un sabor amargo en mi boca. Él había descartado mis propias
era solo estrés del trabajo, era una fachada cuidadosamente construida, un desmantelamiento en cámara lenta de nuestra vida juntos. No solo estaba teniendo una aventura; estab
presionante vista de la ciudad. Esto no era solo una suite de hotel; era una jaula, dorada
de la adolescencia, con los ojos muy abiertos y mirando nerviosamente a su alrededor. Llevaba un vestido de c
mi propio bolso, más que suficiente para cubrir su noche, y s
aún más, una mezcla d
el seño
acilitador nervioso,
r llegará en cualquier momento! ¡El señor Garza se
ada que lo silen
bajo sucio -dije, mi voz goteando un desprecio helado-. Me dijo que fuera «complaciente», ¿no?
ones, a veces, pueden convertirse en reinas. Quería que yo fuera un «servicio personal» para Elías Salazar, el multimillonario rival. Quería que asegurara
utoritaria-. El contrato. El que Carlos fir
esobedecía, pero mi repentina e inusual determinación debió ser aún más aterradora. Lenta y a regañadientes, sa
onsultoría y Servicios Personales», ridículamente vago pero legalmente vinculante. La sangre se me heló al ver las cláusulas que detallaban los «ser
dquisición si el trato se cerraba. Una suma significativa, suficien
ela a Carlos, sugiriendo que usara mi título en administración, que tenía ideas para
tienes cabeza para los negocios. Dedícate a lo que se te da bien. Decor
mi inteligencia, confinado a la j
dinero», presentada a mí como una escort de lujo. Pero es
un arma en su juego. Bien. Sería su arma. Pero cuando el polvo se asentara, ser
rma del proveedor de servicios. Vi un lápiz digital sobre la mesa. Mi corazón latí
a en mi acto supremo de rebelión. El riesgo era inmenso, las consecuencias desconocidas. Pero la alt
seguiría el juego. Tomaría el control. Esto ya no se trata
sa, firmé. La tinta digital fluyó, auda
sabía, acabab