El imperio que él le vendió a ella
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esperado por reavivar la chispa con mi esposo, Carlos. Lo sorprendí en nuestr
mujer. Luego me dio una orden: acostarme con su
se servici
» y le prometió mi vida. Estaba tan ansioso por deshacerse de
presionó «fi
rcio y el mismísimo contrato que me
n activo y luego dejarme en la miseria. V
a, con la ayuda del mismo hombre al que fui vendida, no solo me e
ítu
y el trauma del parto. Las curvas suaves, la ternura persistente, para mí er
abía quejado, sus ojos recorriendo mi figura con
ahora es
erto lentamente entre los dos, ensanchado por la distancia silenciosa y no reconocida que había crecido desde que nació nuestro hij
encontré agendando la consulta discreta, y luego la cirugía. Un rejuvenecimiento va
staba cerrando lo que él llamaba «el negocio del siglo». Imaginé su rostro, el lento arder del deseo, e
desesperada por su atención, para que su mirada se detuviera, para que me apreciara. Mi corazón martilleaba mientras e
l panorámico, de espaldas a mí, la ciud
n poco entrecortada,
ón. Un destello del antiguo Carlos. Una oleada de alivio me invadió. Me moví hacia él, mis pasos suaves sobre la
ndo cada gramo de mi esperanza reav
ó, reemplazado por un brillo frío y calculador.
o, su voz plan
me atravesó, una c
a. No
estido carmesí... todo se volvió un desastre doloroso y confuso. Mi c
o e insistente que destrozó el frágil silenc
cúlp
que cualquier distancia física. Escuché la voz de una mujer a tra
rías. ¿De verdad creíste que no me daría
de mí, su esposa. La amarga iro
dulce, un tono que no había usado conmigo en meses-. Ya sabes c
, sus ojos fríos y despectivo
Pujol, solo tú y yo. ¿Y ese ascenso del que hablam
n en el vacío de mi pecho, huecas y burlon
itivo, concluyente. Se volvió hacia m
momento -hizo un gesto vago
elando a Gustavo Díaz, el socio rastrero de Carlos, un hombre cuya
on una lascivia posesiva que me hizo sentir náuseas-. L
de un reconocimiento frío y calculador. Me miró, luego a Gustavo, y de nuevo a mí. Una comprensión escalofriante apareció en su ros
, no para consolarme, sino para agarrar mi barbilla, inclinando mi rostro hacia él. Su pulgar rozó mi labio infer
aba viendo a su esposa. Estaba vie
ponente formidable. Está tratando de adquirir una participación mayoritaria en el Grupo del Norte. Nece
rvicios personales? ¿Estaba usándome
do bajo y peligroso-. Hazlo feliz. Lo que sea que quiera, se lo das.
rden. Una orden de prostituirme por su negocio. Mis ojos, abiertos de par en par por la incredulidad y un hor
educiéndome a un objeto, una herramienta para su ambición despiadada. Apreté las manos a l
te asintió, un gesto seco y despectivo, y
. arreglado. No podemos permi
irme en dos. Pero debajo del profundo dolor, una pequeña chispa helada se encendió. Una resolución fría y dura. Había sido su esposa, su devo
ía para
alda de Carlos mientras se alejaba. No