El precio de su traición obsesiva
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migo. Pronto descubrí que no se trataba de una simple aventura. Él me había estado dando pastillas an
a sus hijos a nuestra casa, presentándola como
a casa, me abandonó para que mu
uché planear con toda calma usar mi piel para un inje
reemplazo; me veía como
ropia muerte, dejándolo con las ruinas de su plan perfec
ítu
Herre
o retrato. Mi matrimonio de ocho años con Agustín Herrera, el CEO de tecnología meticulosame
un adolescente. Recuerdo que me lo contó en nuestra tercera cita. Había sonreído, una curva suave y extraña en sus labios, mientras describía cómo había trazado su educación, sus hitos profesi
nos casaríamos a los veintisiete, lo hicimos. Cuando dijo que su empresa cotizaría en la bolsa a los treinta, lo hizo
inta y cinco. Llevábamos años intentándolo, una lucha compartida que se sentía como la parte más profunda e íntim
tiva. "Sé cuánto lo deseas. Te prometo que seguiremos intentándolo". Sus ojos reflejaban una tris
no al otro y que nuestro momento llegaría. Realmente creía que su dolor era tan real como el mío. Pen
l instante en que lo vi a tr
y oscuro, y con un pequeño y distintivo lunar en forma de lágrima justo debajo del ojo izquierdo. Se parecía tanto a mí que era como mirarme en un espejo distorsionado.
ír ante la escena. "¡Oh, señor Herrera, felicidades
me
en mi cráneo, hueca y burlona. Gemelos. Justo lo que Agustín siem
brazos, sosteniéndolo con una ternura que solo le había visto dirigir a su laptop. Miró de su amante
susurró algo. Él asintió, sonrie
a, su voz suave, apenas audible a través del c
bebés. "¿Qué te parece Elías para nues
pavor helado se filtró en mis huesos, un frío más pr
enos de sueños juveniles. Él había señalado esos nombres, su dedo trazándolos en la página. "Estos son perf
s hermosos sonidos. Ahora, esos nombres pertenecían a otros niños, niños nacido
ente a mi lado, su voz amable, su mano en mi b
onido ahogado que
o lleno de emoción. Ha sido un largo viaje para ellos. Los nacimientos por
o demás en la vida de Agustín. Pero yo nunca fui parte de este plan. Yo era el reemplazo. La sustituta. La esposa
ave camiseta de algodón. "Sofía me pidió que se la diera. Pensó
La camiseta era de un algodón orgánico increíblemente suave, de un amarillo pálido. Mis dedos
abía dicho que era un símbolo, una promesa de los futuros hijos que tendríamos. La había atesorado, guardándola en un cajón especial, esperando e
lquier pista, cualquier pieza de información que pudiera explicar esta agonizante traición. Un médi
oz ronca. Se giró, su sonris
ncluso de lástima, en sus ojos. "Sabes, a veces, los problemas de fertilidad no son siempre lo que parecen. Hay... muchas c
bata de hospital complementando sus delicados rasgos. Me miró a los ojos, una sonrisa b
endió la mano, con la palma hacia arriba. "A Agustín se le olvidó la cartera en la habitación. ¿Podrías
ro para pagar por sus hijos. El descaro era i
u esposa". Me miró a los ojos, un brillo triunfante en ellos. "Quizás deberías revisar tus propios suplementos, querida. Nunca se sabe qué sorp
aron con una claridad espantosa. Las sutiles indirectas del Dr. Campos, la velada advertencia de Sofía sobre las "vitaminas", los años de infertilidad inex
abeza. Mis manos temblaban mientras buscaba a tientas las llaves de mi coche. Conduje a c
las encontré. Pequeñas, blancas, perfectamente redondas. No eran mis suplementos de hierro habituales. Eran pastillas anticonceptivas. Mi corazón martil
. Y con el régimen de 'vitaminas' para su esposa". No me había estado dando vitaminas. Hab
ía y dura. Recordé la pequeña grabadora de voz que guardaba en mi mesita de noche, un hábito de mis primer
ente después de grabar una nota para mí, y no me había dado cuenta de que había seguido gr
tros gemelos. Siempre estuviste destinada a ser la madre de mis hijos, la verdadera compañera en mi plan de vida. Camila fue... un reemplazo nece
temporal. Mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente. La lluvia afuera comenzó a azotar las ventanas, refle
r" regresara. Todo mi matrimonio, mi amor, mis sacrificios, mis sueños de una familia, todo una mentira cu
alabras de devoción a otra mujer. La lluvia caía a cántaros, lavando el mundo exterior
s nubes de tormenta, pintando el cielo en tonos de púrpura y gris amoratado. Cuando el sol finalmente salió, una
e de Agustín, Agustín Senior, un hombre al que respetaba profundamente. "
uego un suspiro. "Sabía que este día l
casarse con ella, tener hijos con ella?"
por otro hombre después de la universidad. Agustín quedó devastado. Tú estabas allí, ¿no? Después del accidente, cuando necesité ayuda, cua
n un momento de su desesperación y mi bondad inconsciente. Yo había sido la enfermera de su padre después de una mala c
voz quebrándose ligera
o mezclado con tristeza. "Ven conmigo, Camila. Lo resolveremos". La