Las pastillas del Leteo
la que, según su amiga, las dos habían sido estudian-tes. No tenía más remedio que creerle. No comprendía el mundo en el que había abierto los ojos, tampoco a la abuela qu
naba el miedo y caminaba leve con los libros en las manos, mientras la gente se distribuía a las distintas facultades y edi-ficios. ¿Cómo llegué hasta aquí?, se pregunt
despertaste! ¡A
ce poco... per
a mejilla-, algo así como tu mejor amig
sde que se conocieron, ha sido como una
s doña
os conocimos? -p
n la universidad... en don-de tú elegist
recordar detalles, cosas pequeñ
Antonio, ofreciéndoles un trozo
a-, porque esta tarde viene la familia y los amigos a sal
la y examinó por unos segundos a Andrea. Una punzada interna le alertó de algo: aquellas fac
memoria del lugar en
ntervino la abuela Graciela-, no te esf
la-. Andrea, acompáñame a mi habitación, estoy segura que ahí está
tó doña Gracie
escaleras: atravesó dos puertas cerradas, giró la perilla y encontró las cortinas cerra-das. Lo más grave fue encontrarse de bruces c
eatriz-, ¡alguien descolg
o Andrea-, hay
o los brazos-, no quieres que recuerde n
tas de entrada de la casa y luego las puertas con rejas que daban a la calle. Su mirada se estrelló con las buganvillas ro-sa de la entrada y con los girasoles plantados en
rendía su propia ra-bia, su impotencia. No recordaba cómo se llamaba ese sentimiento que se le arremolinaba en el pecho: ¿r
ijo Andrea, sosteniéndola del hombro, intentando a la vez de repone
pared limpia. Créeme, estoy segura que ahí est
discutir. De hecho, tengo una idea: no estamos lejos de nuestra universidad, es decir de la universidad
excel
ay alguien a quien me
frente a los cuales se paseaban personas de todas las edades: jóvene
pero siento que este espacio
stro espacio. Mira, hay una fila de cinco personas, voy a ped
ien. Gr
dado el sabor del
ja al amarillo. Así se sentía Beatriz en ese instante, como si todo comenzara a nacer en una escala de c
atriz?, claro que no puedo creerlo -es
¿quién
uedes saber-lo, pero yo fui tu compañera, aquí, en e
esentonaba con el rostro de dureza que pretendía aparentar. Sus ojos eran dos ardillas cafés que trepaban tímidamente por
diéndole su mano-. Lamento lo
én er
es un alivio, aunque
puedes contar alg
ro qu
encontramos o en qué circunstan
medicina que puede ay
mbro, abrió el cierre, metió la ma
mirando in-trigada a uno y otro lado, palpando el fondo
–dijo firme, con una band
empanadas-. ¡Ten
aquí, ¿re
–Andrea vio a Beatriz a lo
piresa ¿
lo que me quiere dar? –p
o –confesó Irene- y es
es alivio lo que mi
tió Beatriz tratando
de clavar los ojos a la recién llegada- alguie
hostilidad –contestó Ire
n este terreno, así que adiós her
a mirada de curio
parece que tu abuela tiene razón. Mira, ya es medio día, mejor nos tomamos este ca