Bajo el juego del CEO
stado cargado de una electricidad subterránea que solo ellos percibían. Valeria había cumplido con la instrucción no dicha: un discreto col
n meticulosa de los días anteriores, sino la de una tormenta a punto de desatarse. Él no estaba junto a la barra con una copa de vino, ni sentado
su voz fue un rugido bajo, un
No hubo preámbulos. Sus manos se enredaron en su cabello con una firmeza que bordeaba lo doloroso, tirando de su cabeza hacia atrás para exponer completamente la línea de su garganta. Su boca descendió sobre la
madera en un tintineo disperso. Valeria jadeó, la sensación de vulnerabilidad extrema mezclada con una excitación tan intensa que le nubló la vista. Él arrancó los jirones de tela de su cuerpo, seguidos rápidamente por el fino encaje
tra sus labios hinchados, rompiendo el beso-.
as y distantes, se extendía a sus pies, testigo mudo de su sumisión. Él la sujetó por la nuca, manteniendo su mejilla presionada contra el vidrio frío, mientras su otra mano descendió con determinación para subir su
áspera, cargada de un
ie fría del vidrio. No había más lubricante que su propia humedad, y la entrada fue áspera, intensa, visceralmente posesiva de una manera que hizo que sus uñas se arañaran impotentes contra el cristal. Sus caderas comenzaron a moverse con un ritmo rápido y brutal, él la sostenía con fuerza con ambas manos, cada embestida un
-. Solo mía. Este cuerpo, este jadeo, este
edor de él en una serie de espasmos irresistibles. Él no se detuvo. La sostuvo en su lugar con un brazo férreo alrededor de su cintura, continuando su ritmo implacable, prolongando su clímax hasta el bo
rbano. Luego, él se retiró. La volvió hacia él con un movimiento no carente de una posesividad brutal. Sus ojos, en la penumbra, ardían con la fría s
voz entrecortada pero llena de
ulosa de su sensibilidad interna, un recordatorio de quién dirigía la sinfonía de su placer. Una de sus manos se enredó de nuevo en su cabello, tirando hacia atrás para acentuar la curva de su columna, mientras la otra se deslizó por su costado sudoroso hasta enc
ofundo, cada palabra una puntuación en su
u voluntad disuelta, su cuerpo respondiendo a una cadencia que solo é
mbó boca arriba sobre el cuero frío, colocando sus piernas sobre sus hombros con dominio absoluto. La miró, su mirada gris fija en sus ojos vidriosos, y la penetró de nuevo. Esta posición era profundamente invasiva, infinitamente íntima, permitiéndole ver cada destello de placer, cada mueca de entrega, cada sombra de dolor en su rostro. Se movió entonces
o que le arrancó las lágrimas y la dejó completamente vacía, hecha añicos. Esta vez, él la siguió inmediatamente, con un r
la que había comenzado. Se incorporó del sofá con su fluidez característica, su mirada fría y evaluadora recorriendo su cuerpo exhausto, marcado por sus mano
, cada movimiento un recordatorio de la distancia que él podía establecer en un instante. Se acercó
no la del amante-. Las marcas en tus caderas durarán unos días. Recuérdalo mie
ro del hombre que momentos antes gruñía de pasión desatada. S
una invitación, sino como un decret
mergió instantáneamente en su trabajo como si ella, deshecha y temblorosa en el sofá, ya no existiera. La transición fue tan brut
la diferencia fundamental, el abismo insalvable y, para su propia confusión, la razón por la que su cuerpo y su mente anhelaban cada vez más profundamente el siguiente paso en el laberinto que solo él