El gemelo de mi prometido, un engaño cruel
ista de So
stro palideciendo al ver a su hermano i
fijos únicamente en mí. No le dedicó ni una mirada a s
afirmó Alejandro, su voz d
ando la sangre que me corría por la sie
ro la humillación dolía más. Yo era la que sangraba, la que había s
, impasible ante la
ozos. "Hermano, tengo mucho miedo", gimió, extendiendo una mano a ciegas. "Oí su vo
lado, acogiéndola en sus brazos con una ternura que hizo que se me revolvie
Estoy aquí. Nadie t
nuestra casa. Me había torcido el tobillo gravemente, y el dolor era insoportable. Alejandro simplemente se había quedado en lo
ez... nunca fueron para mí. Estaban r
segundo más. "Me voy", dije
la voz de Alejandro me detuvo en
oqueando la salida. Carla seguía aferrada
n gruñido bajo. "Serás castigada se
"¡Yo soy la que está herida! ¡Ell
az que se arrodille en el salón familiar. Dale vei
nes ningún derecho", escupí.
", dijo Alejandro con fria
el pequeño y gastado cuaderno de bocetos de cuero que yo siempre llevaba conmigo. Estab
de bocetos. El abuelo Garza te dio este látigo como regalo de bodas, un símbolo
ta de control. Y el cuaderno de bocetos... contenía mi último ápice de identidad. Alejandro lo sabía. Sabí
hundieron en se
s retratos de los Garza fallecidos, sus ojos pintados observándome con un
n dolor agudo, eléctrico, me recorrió el cuerpo entero. Sentí como si me estuvieran arranca
e me consumía. Mi fino vestido no ofrecía protección alguna. Cada
e se detuvo. Alejandro se adelantó,
reguntó, su voz tan fría como
espalda un lienzo de agonía. Encontré su mi
nada malo
"Continúa", le ordenó
ieja lesión de espalda de mi caída por las escaleras se reavivó, un dolor profund
labra arrancada de mi gargan
dando la vuelta, guiando suavemente a Carla, que
cado contraste con la violencia que acababa de
arrodillado y me había prometido protegerme, apreciarme, ser m
ndo en el suelo, sus promesas resonab
que vi antes de perder el conocimiento fue su espalda