De Esposa Abandonada a Poderosa Heredera
sa embarazada y feliz del magnate tecnológico Alejandro Garza; al siguiente, la pantalla del celular de
el vientre de ella. Esto no era solo una aventura; era una dec
uso mis propios padres adoptivos conspiraron en mi contra. Metieron a Bárbara en nuestra
aza para la imagen de la familia. Me acusaron
Me encerraron en una habitación y programaron el procedi
y desesperada llamada a un número que había guardado en secreto durante años, un número que pertenecía a mi padre
ítu
ista de So
ma forma que el resto del mundo: con el flash cegador de un
é que crecía dentro de mí, nuestro secreto, nuestra alegría. Al siguiente, un reportero
comentario sobre el gr
nológico Alejandro Garza y su amor de la infa
ra frágil que sentí que podría romperse en mil pedazos. Podía sentir cientos de ojos s
n con Bárbara Montes, su mano descansando posesivamente en la parte baja de su espalda. Ella lo miraba con ojos
pareja amorosa compartiendo un
ue se suponí
tre que olfatea la c
el señor Garza han est
rtero, el celular, la expresión derrumbada en mi rostro. Su agarre sobre Bárbara
ieron. Las noches en vela en las que le ayudé a pensar en el código para su primera aplicación, la forma en que me abrazó cuando mis padres adoptivos criti
onvirtió
. Los murmullos en la sala se silenciaron, la multitud se abrió ante mí como el Mar Rojo. El único sonido era el clic constan
rbara. Mi mundo entero se había reducido
tira que de verdad pueda creerme -dije, mi voz
encanto carismát
ue parece. Vámonos a casa
. El chasquido de mi palma contra su mejilla resonó en el silencio
roja de mi mano floreciendo en su piel. N
do de falsa fragilidad mientras se interponía entre nosotros, colocando una mano e
ente sincronizadas, se clavaron en los míos
lágrima caliente se escapó, trazando un camino por mi mejill
canzarme, su voz un
, por
zos, pero me aparté de su c
logré decir con
jandro se tensó. Miró al publicista, al mar de rostros que observaban, a la expresión su
ra mí, sino para todos los que escuchaban-. Bárbara y yo
Él la rodeó con un brazo, sosteniéndola cerca. Un gesto protector. Un gesto que no me hab
surré, las palabras atascadas e
or que yo sabía que no era por mí, sino por él
zó a guiar a una llorosa Bárbara hacia la salida, su equ
staba dejando aquí, sola, p
ó sobre mí, un sudario sofocante. No solo había admitido una aventura. Había rec
garrándome a una mesa cargada de copas de cha
dalo, un divorcio complicado, un hijo ilegítimo... habría sido un desastre. ¿Pero un magnate tecn
caba a mí y a nuestro hijo por
uerta lateral, lejos de las miradas indiscretas y las cámaras parpadeantes, una
ecisión. Y no me h
elegido