La Socialité y el Recolector
í. Las pesadillas llegaron, vívidas y crueles. Estaba de vuelta en
de pie ante ella, no la chica dulce e inocente que e
isa?", la voz de Eva era suave, melódica,
ordaza en la boca. Solo podía fulminar con la
da. La mirada de la princesa a la pobre hija de la sirvient
lecho de muerte había revelado la verdad: había intercambiado a las bebés al nac
do la silla. "Me entregó a ellos. Pero a ti te lo dieron todo.
nombre, una nueva ola
lo cuidaré muy bien. Ya es mío. La prueba de ADN lo dem
su cabeza. Su padre, Damián, mirándola como si fu
a, Elisa. Eres una ladrona y una
ue algo andaba mal contigo. Nunca fuiste agradecida. Ahora tene
ier golpe físico. La traición absoluta de
mesa. "Necesito asegurarme de que nunca vuelvas.
ror cuando Eva destapó la botella. E
a tuya", dijo Eva como si nada
Elisa. El dolor fue absoluto, inimaginable. La consum
blina de agonía, v
o. Agarró la mano izquierda de Elisa. "Fuiste pin
crujiendo resonó en la pequeña habitación. Luego otro, y otr
ar de tijeras quirúrgicas. "Siempre tan autoritaria. T
a. Elisa jadeó en busca de aire
, graznó. "
co", se burló Eva. Le
cegador. Sintió una sensación de desgarro, un torrente de sade Elisa. "Les diré que te escapaste a Europa con el dinero. Brau
tón de harapos. Condujeron durante horas, deteniéndose finalmente en un pueblo desolado y empobrecido en me
jemos aquí", gruñó uno
desfigurada y muda en un lugar
en sudor. La habitación blanca y austera fue un shock desp
salvo", dijo la enfe
s siempre estaban allí, esperándola. Estab
rribles cicatrices en su brazo.
isa triunfante de Eva. El rostro confundido y luego despec
era mucho peor que cualquiera de sus heridas físicas. No
mbre al que había amado. Él la había mirado, había visto el tatuaje que los u
rte más profu
mejilla llena de cicatrices. No era una lágrima de t