El Costo Invisible del Amor
azón latiendo contra mis costillas. Me se
s fijos en el boleto como si fuera un
tí, las palabras saliendo fácil
rte de la tensión ab
cuánto
emana
ir conmigo. Odiaba mi pueblo. Odiaba los recuer
do de mis huesos, que una vez que dejara este depar
u mirada cayendo sobr
e pasó
en el restaur
guntó, con el ceño frunci
-dije simplemente-
egundo, volví a ver al chico de la azotea, el que me h
ró-. Siempre corriendo ha
pequeña y
o, Da
u compañera. Yo solo era una reliquia de una vida que él h
voz hueca-. Ambos tenemos nuestros
us cosas al nuevo penthouse. Empaqué mis dos mal
s para mi viaje -d
cues
de los últimos diez años parecían flotar en las motas de polvo que danzaban a la luz del sol. Este lu
la cocina, tirando especias viejas y lata
de basura, una mano me tapó la boca por detrás. Otr
arrastrada a la escalera, la pesada puerta cor
nuca me enviara a la oscuridad fue un rostro que
con cinchos de plástico que se clavaban en mi piel. El aire olía a
uro y la mandíbula afilada de Damián, pero sus oj
rodeándome como un depredador-. El
hó fren
o. El primo de Damián. El que
tú -escupí, c
n golpe, el dorso de su mano alcanzando mi mejilla. El golpe envió un estal
defenderlo fre
rbilla, obligán
e tengo. Vas a decirle que si te quiere de vuelta en una pie
martilleando. No lo haría. Nunca
con la
de rabia. Sacó mi teléfono de mi bolsillo y m
sonó.
n de
rio, su voz peligrosamen
, sin re
-. No le importa. Probablemente está con
eno, pero me negué a
. Su trabajo
ió, un sonido
gesto a dos matones que habían estado ace
ome sin aliento. Otro golpe aterrizó en mis costillas. El dolor explotó e
mó mi teléf
timo i
naba. Recé para que Damián no contestara. Recé
taba a punto de irse al buzón