pleno apogeo. Era la ocasión perfecta para demostrar que el matrimonio entre él y Lía no solo era un acuerdo de conveniencia, sino también una oportunidad para consolidar aún más su po
y el ruido de los cubiertos chocando contra los platos parecía haberse convertido en un murmullo lejano. Lía, de pie junto a Santiago, sonreía con la gracia que se le había enseñado, observando todo a su alrededor
sación, Lía se sentía más como una sombra que como una participante activa. Las preguntas y comentarios que hacía no parecían ser más que un formalismo, como si su presencia allí fuera una mera exigencia social. A pesar de estar sentada en la mesa
ba o sentía. Pero esa noche, algo en ella se quebró. Estaba cansada de ser solo una figura decorativa, cansada de ser una pieza más en el juego de Santiago. Él la había colocado allí, en esa posición, pero no le había
ional de la empresa, Lía no pudo evitar alzar la voz. Era su oportunidad, aunque la tentación de no decir nada seguía
vos, su tono tan sereno como siempre, pero con una pizca de frustración contenida. - Hay mu
fue evidente que no la tomaron en serio. Santiago, al notar la incomodidad que
casi desinteresado, mientras retomaba
lor que tenía en este mundo? Era la esposa perfecta, pero cuando se trataba de decisiones importantes, no era más que una fi
a copa de vino fue servida, la conversación continuó sin ella, y la sensación de estar invisible aumentó. Decidió que no podía seguir allí, tolerando la indiferencia de todos, mientra
uando salió al jardín, encontrándola en una esquina apartada, con los brazos cruzados, mirando al horizonte. Lía no le había pres
surro firme, pero su tono no escondía la preocup
mezcla de frustración y cansancio. Había aguantado l
idida. - No soporto estar aquí, rodeada de gente que me trata como si
cta. En todos los meses que habían estado casados, él siempre la había percibido como una mujer contenida,
s personal. - respondió él, su tono aún manteniendo la calma que lo caracterizab
n así, parece que ni siquiera me ves. No me das ningún espacio en tu vida, Santiago. Solo me usas
en esa mujer perfecta y calculadora con la que se había casado. Pero en lugar de sentirse culpable, él se sintió herido. ¿Acaso había hecho algo mal? En su
, más calmado, pero con un dejo de frustración en la voz
nida. La rabia, la impotencia, todo lo que había guardado d
tatua, Santiago. Soy tu esposa. Pero nunca me has visto como tal. Solo soy un ado
decir. Lía lo había golpeado donde más le dolía. En ese mismo instante, algo dentro de él comenzó a cambiar. Quizás nunca ha
ella sabía que esta discusión marcaría un antes y un después en su relación. Por primera
e - dijo Lía, en voz baja, mientra
ber cómo responder, sin saber si podría
encias. Pero ahora, en este momento, todo lo que quedaba era la v