su nueva realidad. Las paredes de mármol, los pasillos amplios, el aire limpio que llenaba la casa; todo en ella hablaba de riqueza, poder y una vida que
r lo que realmente deseaba: la libertad de ser qui
en la casa era innegable. Desde su despacho hasta los pasillos decorados con fotos de familia, todo parecía hablar de él, de su historia. Lía caminó por los pasillos, admir
a con sonrisas amables y corteses saludos. No estaba acostumbrada a tanto cuidado y atención, pero lo aceptó con la misma gracia que
realista. La mansión, con sus jardines perfectamente cuidados y su arquitectura que evocaba tiempos pasados de gloria, parecía estar hecha para alguien como ella. Pero al final, lo que más la pertur
ía pensado que él estaría demasiado ocupado para prestarle atención, pero pronto se dio cuenta de que Santiago tenía una presencia tan imponente que parecía llenar cada espacio de la casa. Aunque su trato c
esa. Su voz, aunque suave, llevaba una nota de autoridad, como si su
ser ignorada o a que las preguntas que le hacían fueran superficiales, pero esta ve
Estaba en una mansión que se suponía suya, pero su respuesta era vac
s empleados que se movían alrededor de la casa. Lía sabía que este silencio era algo que se repetiría una y otra vez, que este matrimonio no traería consigo conversaciones
, la mayoría de los cuales no le interesaban. Recepciones, cenas, cocteles, todo parecía una repetición constante de lo mismo: gente rica, hablando de negocios, de
eal, pero algo dentro de ella comenzaba a romperse. No era su vida lo que había soñado. Esta no era la libertad que siempre había deseado. La presión de ser la esposa perfecta para alguien a quien apenas conocía la estaba ahogan
se emocionalmente. Los días pasaban, y él se mantenía ocupado con su trabajo, con las exigencias de su posición. Cada vez que cruzaba caminos con Lía, lo hacía con una frialdad calculada, sabiendo perfectamente
e se filtraban cuando menos lo esperaba. Cada vez que veía su mirada perdida o la forma en que se aislaba en su pro
egar, decidió tomar un pequeño descanso. Al entrar en el salón, vio a Lía sentada frente a la chimenea, con los ojos fijos en el fuego, pero su expresión estaba distante. No parecía tan perfecta, ta
una extraña tensión. Él quería preguntarle qué pasaba por su mente, qué sentía realmente, pero se con
- fue todo lo q
ntiago había notado algo en ella, pero al instante siguiente se dio cuenta d
risa que no llegaba a sus ojos. Una sonris
ambos habían erigido entre ellos. En su mente, solo había una constante: la mujer perfecta, esa que esperaba
pero algo dentro de ella comenzaba a ceder. Estaba atrapada entre lo que debía ser
esposa perfecta no