El Rosario y la Traición
ran la prueba innegable de una tortura sistemática y prolongada. No eran marcas de accidentes o de caídas, eran las huellas de latigazos, quemaduras, cortes. Cubrían su es
a huérfana que juró proteger? La culpa lo golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Él la había enviado
do. "Elvira... ¿qué es e
su piel. Se dio la vuelta y lo miró. Sus ojos ya no estaban vacíos, ahora reflej
ndo aparatosamente en el despacho
lección a esta malcriada?" , preguntó c
lumbraban en las piernas de Elvira por debajo del dobladillo del vest
rcas se las hace ella misma! ¡Te lo dije, está loca! ¡S
ión de Sofía, aunque cruel, era más fácil de aceptar. Significaba que él no era un monstruo que había entregado a su sobrina a los torturadores. Signi
"Estás enferma, Elvira. Muy enferma" . Se giró hacia María, la cociner
se resistió. Caminó con la cabeza alta, con una dignidad rota que era casi insoportable de ver. Mientras la llevaban fuera,
ntó en el suelo de tierra, abrazando sus rodillas. No sentía el frío ni el hambre. Se había acostumbrado a condiciones mucho peores. En l
escondidas con un trozo
voz quebrada. "No puedes dejarte morir así. Tienes
sus ojos grandes y oscuros. "¿Para qué, María? Él no q
rimas con el delantal
aría. No te pre
o. Soñó que era una niña pequeña, sentada en las rodillas de su tío Ricardo mientras él le leía un cuento. Recordó el sonido de su voz, profunda y cálida, la sensación de seguridad en sus brazos, el olor a tabaco y a campo. Recordó cómo él la llamaba