La dulce sirvienta y el millonario
ana se acercaba a la enorme puerta de entrada de la mansión con paso apresurado, un nudo en el estómago que le apretaba el pecho. Ayer, después de su encuentro con Mih
ro de piedra, entre las plantas bien cuidadas, sintiendo una vez más el contraste entre su mundo y el de aquellos que habitaban la mansión. Su madre siempre le había hablado de la gran
pero su mente estaba ocupada en la necesidad de encontrar a su madre. El ruido de los
pasillo no dejaba de ser extraña, y lo que lo sorprendió aún más fue verla allí, de nuevo, sola, con
ras la miraba desde el umbral de la cocina. El tono de su voz era algo duro, pero no estaba tan mole
él en esa parte de la mansión, tan lejos de las áreas de su padre, tan apartado de su mundo de riqueza y
ntía una mezcla de incomodidad y ansiedad. Sabía que no debía estar allí, que su presencia no en
irse con las sombras del pasillo. Ella no era de los suyos, eso estaba claro, y eso solo le hacía sentirse más curioso. L
in la arrogancia que había tenido el día anterior. Su ton
él tuviera curiosidad por su nombre. En ese momento, un calor extraño recorrió su cuerpo, y
irada fija en sus zapatos, como si la humildad de s
por un instante, la burbuja de su mundo estuviera a punto de estallar, pero se reprimió. Los momentos como ese eran raros en
o frunció el ceño ligeramente-. ¿Por qué no te quedas? Mi madre no está
roximidad, notando la diferencia abismal entre ellos: la riqueza que lo rodeaba a él, la pobreza que la marcaba a ella. Decidió ignorar la invitaci
ose hacia el pasillo-. Mi madre debe e
xtraña formándose en su pecho. Había algo en ella que lo atraía
él, algo que la hacía dudar, pero también sentía una especie de imán invisible que la conectaba a él. A lo lejos, escuchó a
Algo en su interior no podía dejar de pensar en la joven con la que se había cruzado dos veces en menos de 24 horas. El encuentro, aun
araban sus mundos eran enormes, y que, a pe