Velo de Venganza
completamente conscientes de su presencia, trataban de vestirse con una torpeza que reflejaba más la vergüenza de sus actos que la lógica de la situación. Javier, con la camisa arrugada en l
tar la cabeza, incapaz de enfrentar l
ían haberse desmoronado en tan poco tiempo. Los recuerdos de momentos felices compartidos, de promesas, de amor, de risas y complicidades, todo eso parecía tan lejano ahora. La imagen de los dos en la cama, desnudos
de Ana, intentó dar un paso hacia ella, pero el gesto solo sirvió para que Ana levantara una mano, instintivamente, para detenerlo. Era como si ya no lo conociera, como si estuviera frente a un extraño, no al hombre con el que había compartido tantas cosas, el hombre
na manera, repararlo todo. Pero Ana no podía escuchar. Ella no quería escuchar más promesas vacías ni explicaciones. No importaba lo que dijera, nada
aunque sentía como si su corazón estuviera hecho pedazos, algo en su interior le decía que no debía dejarse llevar por la compasión,
alida, una forma de que las palabras pudieran arreglar
a tensión y la culpa, pero la frase se quedó colgando
más profundo de su ser. Estaba luchando contra el dolor, contra la angustia, contra la sensación de
n era inconfundible. - ¿De verdad me amas? ¿O
nar la herida que acababa de abrirse entre los dos. En ese momento, Javier ya no era el hombre que Ana había amado. Ahora, él representaba todo lo que había sido una mentira. Su am
uelo, como si las palabras no pudieran salir de su boca. Ana la miró entonces, y el dolor se duplicó al ver la culpabilidad reflejada en los
o si quisiera encontrar una forma de suavizar lo que no tenía forma de
e había hecho Javier? ¿Eso era lo que Clara estaba diciendo? No, no podía ser. No podía ser que la persona en la que más confiaba, su amiga, hubiera caído
z, como un golpe de realidad que atravesaba la habitación. - ¿Y
e su traición. Ana sintió una punzada en el corazón, pero no era solo dolor. Era algo mucho más profundo, algo que no podía describir. Estaba siendo observada desde fuera, como si todo lo que sucediera no fuera real, co
tiras y traiciones. Necesitaba alejarse de todo, necesitaba escapar, aunque fuera por un momento, para poder respirar. Pero no podí
, dijo en voz baja, casi como un s
e sola.
pena por ellos o por ella misma. Solo sabía que ya no podía soportar estar en esa habitación, atrapada entre la confusión y la rabia. Necesitaba est
a habitación, cerrando la puerta con suavidad detrás de ella. Pero en su corazón,