Velo de Venganza
ente que la sacara de su zona de confort, y después ordenó su habitación como un acto automático. Sus rutinas eran predecibles, seguras, y en su mundo, todo se alineaba con la t
odía haberla preparado para lo
a ducha relajante, tal vez leer un poco antes de dormir. Cuando llegó a la puerta de su departamento, algo extraño la detuvo. Estaba entreabierta. La puerta siempre había sido cerrada con llave por Javier, su pareja. A lo largo de los
do amortiguado del viento que pasaba por las rendijas de las ventanas. Sin embargo, a medida que avanzaba por el pasillo, un sonido llamó su atención. Risas suaves, murmullos apagados. Aquell
en el aire, incapaz de mover ni un músculo. Ahí estaban, Javier y Clara, su mejor amiga, desnudos, entrelazados en la cama. La escena parecía sacada de una pesadilla, una que Ana
sencia, palideció instantáneamente, sus ojos se agrandaron, y una mezcla de pánico y vergüenza cruzó por su rostro. Ana se quedó ahí, paralizada, observando la escena, mientras el dolor la invadía como una ola que no podía detenerse.
un pecado mayor. Intentó cubrirse, pero no podía disimular la culpa que se reflejaba en su ros
ella en un intento de acercarse. Pero Ana retrocedió, como
s que pudieran reparar lo irreparable. Pero, en ese instante, Ana no lo escuchaba. Estaba atrapada
stuviera flotando fuera de sí misma. Cerró los ojos un momento, buscando un resquicio de calma, un respiro para poder pensar con claridad, pero nada podía aliviar el sufrimiento que se apoderaba de su pech
grimas seguían cayendo, ya no importaban. Sus ojos brillaban con una furia contenida, pero también con un desgarrador cansancio. - ¿Cómo puedes e
char, necesitaba entender. Tal vez, en algún lugar profundo, todavía esperaba que la explicación fuera algo que pudiera asimilar. Sin embargo, algo le decía que ya nada podía
nciado en su amiga. Ana sentía la traición en su piel, en sus huesos. Era como si el aire estuviera cargado de veneno, un veneno que la que
una mano, no con miedo, sino con una firmeza que sorprendió incluso a ella misma. No iba a escuchar más mentiras, no iba
palabra más, y salió del cuarto. No necesitaba respuestas, no necesitaba explicaciones. El dolor de la traición esta
n en silencio. Pero, a diferencia de antes, ya no era