Refugio en sus brazos
rpo, aunque no le servía de mucho. El frío se le filtraba hasta los huesos, y la humedad hacía que cada paso se sintiera más pesado. No le quedaban muchas op
de agua medio vacía, una manta vieja y un par de prendas gastadas. Y, sobre todo, la única
dijo en voz baja
preocuparse por el frío, el hambre o el miedo. Entre ellos, destacaba la imponente torre Laurent, el edificio más alto y elegante del país
creía en la suerte
s? -preguntó Helena, sin leva
asistente, ajustándose las gafas-.
ta esté lista para la reunión
sup
o, eficiente, sin margen para errores. No tenía tiempo para distracciones, mucho menos para se
papada se pegaba a su cuerpo, y sus manos temblaban. Helena estaba acostumbrada a ver pobreza en las calles, pero había algo en la forma en que aquell
arle. No tenía por qué i
ían del edificio. Estaba acostumbrada a ellas. Los ricos siempre miraba
uridad la echara de allí. No era la primera vez que la sacaban a
des est
n guardia la observab
minutos -respondió, tr
guardia, dando un paso ha
, pero tampoco quería salir de nuevo bajo la lluvia. Estaba a punto de decir
la en
da dejó claro que reconocía a la mujer que había h
a Lau
aís. La dueña de ese rasc
solo estaba ase
lena lo interrumpió con un tono corta
rdia t
er
ito rep
la cabeza y se re
aba más de lo que Emma ganaría en toda su vida, si es que alguna vez volvía a tener un trabajo. Su cabello oscuro
ayuda -dijo Em
a ceja, divertid
estoy of
Alguien como Helena Laurent no ayuda
por qué i
njusticias -respondió Hel
una carca
país preocupada por la
encio durante unos se
nde quedart
admitirlo, pero no. Y con la lluvia, la idea de
asunt
dote inconsciente por hipot
recerró
ué te i
a observó, como si intentara descifrar a
con
Qu
y a re
ba: riqueza desmedida, control absoluto, una vida de lujos inalcanzables para gent
aron inconsciente
bebé. Pens
de todo insti