Ciervita
1: Ecos d
, todavía si
sa, sintiendo cómo cada gota parecía acentuar el vacío que ella había dejado. Las calles conoci
eguía siendo el mismo, pero ya no había manos entrelazadas ni conversaciones sin
's rancio, el 670, los abrazos al despedirse,
mpartiendo silencios cómodos, abrazadas. Ahora, el sonido de la lluvia es un recordatorio constante de su ausencia. Las luces de los autos iluminaban el camino de regreso, pero el
que la melancolía me envolviera. A veces, perderse en los recuerd
un recordatorio silencioso de lo que ya no era. Las luces parpadeantes de los semáforos se difuminab
r un poco de esos pensamientos que disfrutan tanto torturarme. Me preguntaba si ella también estaría mirando por alguna ventana, pensand
cías que no quiero volver a pisar. Las risas y susurros se habían desvanecido, llevándose consigo el calor que alguna vez sentí. A veces suenan solos, de la nada en mi
para mí. ¿Con quién estaría ahora? ¿Quién tendría el privilegio de escuchar su risa, de perderse en la p
iviales, pero sus palabras rebotaban en un escudo invisible. ¿Cómo podían entender que cada consejo bienintencionado era un
n otra vida para m
esticulando al hablar, el tintineo suave cuando apoyaba su brazo en la mesa, la forma en que jugueteaba con ella cuando estaba nerviosa. ¿Qué haría cmirando el techo, repasaba cada conversación, cada discusión, tratando de encont
gaba trucos crueles, y la culpa se mezcl
omnio, imagino cómo sería r
, una posibilidad de recomenzar? Pero luego, la realidad se imponía: ella
ra la garganta de solo esta
a por unas horas, de la maraña de emociones. Sin embargo, incluso allí, una canción en la radio o una frase al a
o pasado. La felicidad en nuestros rostros era palpable, casi tangible. Me pregunté en qué mom
mo lo fue para mí? ¿Fueron sinceras las promesas susurradas en la oscuridad? La
arecía desprovisto de color. Las reuniones familiares y las celebraciones se sentían vacías sin su presencia. Cada brindis era un recordatorio de
a día sin ella era una lucha, cómo la vida había perdido matices sin su risa. Pero antes de enviar, mi dedo se detuvo sobre el botón. ¿
cidos, su recuerdo era menos persistente. Encontré consuelo en pequeños detalles: el aroma del pan recién horneado en
lo, la cama demasiado grande para uno, el silencio que ocupaba cada rincón. Me enfrentaba a la r
antaba un poco, permitiéndome vislumbrar un futuro menos doloroso. Pero otros, l
e posiblemente ella ya había encontrado consuelo en otros brazos, y que eso escapaba a mi control. Lo único que
naban de confesiones, de reflexiones, de momentos atrapados en el tiempo. No sabía si algún día
ñas señales. Un amanecer especialmente brillante, la so
dicios de que, pese al dolor, a
la ropa que había dejado atrás, guardé las fotografías en una caja y ordené el espacio qu
Pero también supe que, a pesar de todo, era capaz de avanzar. Que po
speranza en el horizonte, y aunque el dolor seguía ahí, ya no me definía por completo. Era el comienzo d