La Fuga del Adorable Mentiroso
o alto, proyectando destellos dorados sobre las mesas cubiertas de manteles de lino blanco y centros de mesa con flores frescas
ojos brillaban tanto como las joyas que llevaba. Mateo, a su lado, vestía un esmoquin impecable y tenía e
e desvaneció en cuestión de segundos. Los ojos de todos se
ara mi familia, porque tengo el honor de anunciar el compromiso de mi hija Lucía con el hom
ada y emocionada, se volvió hacia Mateo, q
e sintió cómo su garganta se tensaba y su mente comenzaba a divagar. No podía evi
esa tarde: el crujido de las hojas bajo los pies de Lucía, su voz suave preguntándole si estaba bien, y esos ojos claros que parecía
de Lucía lo sorprendió. No lo juzgó. En lugar de eso, lo escuchó y, de alguna manera, le ofreció una esperanza que él ni siquiera sabía q
raban su compromiso, Mateo no podía evitar sentirse atrapado entre el hombr
idad. Sabían que el hombre que estaba allí parado, sonriente y aplaudido, no era el héroe que todos creían.
erse fuera cada vez más difícil, pero no le importó. Aprovechó un instante en que la atención de los invitados estaba fija en el brindis para sacar s
entre dientes, sin apartar la mirada de Mateo. Su voz te
staban llenos de resentimiento. Ambas sabían que aquel hombre que había cambiado sus vidas e
peso creciente en su pecho. Por un instante, deseó volver a ese banco en el parque, donde todo era más simp
raban su compromiso, Mateo no podía evitar sentirse atrapado entre el hombr
nte entre la gente, buscando la puerta de salida. Clara, con su barriga de seis meses, intentaba no llamar la atención, pero su andar dificultoso y la
arlo mientras se frotaba los ojos, como si al hacerlo pudiera convencerse d
e escabulló del salón con pasos rápidos y tensos. Llegó al baño de caballeros, donde cer
chó varias veces agua en el rostro, esperando que el frío lo ayudara a recuperarse
de estar pas
l pasado, algo que no representaba una amenaza para su relación. Pero había omitido la otra parte de la hist
ómago. Si Lucía se enteraba de la verdad, si descubría que él le había mentido, todo lo
e. No podía dejar que nadie sospechara que algo estaba mal. Con pasos firme
agó saliva y se unió a ella, esforzándose por recuperar su compostura. Pero en el fondo, sabía