La Fuga del Adorable Mentiroso
argo, para Mateo, todo parecía suceder en cámara lenta. Cada conversación le sonaba como
s con una gracia natural, estrechando manos y aceptando elogios. Su sonrisa ilumina
ado la atención. A pesar del frío que se colaba entre los edificios de Nueva York, Clara ape
Dana, que caminaba a su
aunque en reali
tre dientes, apretando los labios para contener las lágrimas-.
có Dana con una mezcla de cansancio y f
seco, obligando a D
con la suya? ¿Que siga jugando con
también sabía que Mateo tenía una habilidad particular para salir indemne de cualqui
lo más importante no es Mateo, sino nuestros hijos. No voy a permiti
tenía razón, aunque la idea de dejar a Mateo y seguir adel
res que su futuro suegro le había presentado. Sin embargo, su mente no podía concentrar
omento para apartarse, se acerc
co de aire. Regres
rió, sin sos
ta
era fría, y el aire fresco le golpeó el rostro, pero no logró calmarlo. Caminó entre lo
o desde la distancia. Y Dana... bueno, ella siempre había sido más cautelosa, pero también más metó
solución que se le ocurría era hablar con ellas, intentar convencerlas de que no g
o, Clara estaba sentada en la sala de su casa, con su vientre de seis meses de gemelos y los
r. Aunque nunca lo admitiría, había imaginado más de una vez cómo sería tener
promiso con Lucía, mientras Clara y Melina enfrentaban el peso de su ausencia. Y las expectativas de Dana, la o
mismo, deteniéndose junto a una fuente
stro. Al mirarse en el reflejo del agua, apenas se reconoció. La imagen que devolvía la superficie no
arazada, había minimizado la situación, asegurándole que no representaba ningún obstáculo para
lo atormentaban. Pero el peso de sus decisiones lo seguía aplastando, com
a de invitados que la felicitaban. Mateo se unió a ella, esforzándose por mantener la compostura. Pero en el fondo, sabía