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Soy una sugar baby del Ceo

Soy una sugar baby del Ceo

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Capítulo 1 Capitulo uno

Palabras:2345    |    Actualizado en: 16/03/2021

ÍTU

aquella noche mientras trabaja como mesera, aunque sea unos centavos, me iba a suicidar. Y no lo decía como un pensamiento que se me había venido a la cabeza y lue

an. Sólo ganaba unos treinta dólares al mes. Que, por cierto, ya se me habían agotado y sólo me q

ía solución. Había logrado terminar la escuela secundaria con bajas notas, ya qu

portunidad de poder conseguir un empleo decente. Había envia

me lla

sí de su horrible y asquerosa boca de anciano. Walter no me agradaba, era un hombre bajito, sin cabello y cascarrabias que se había aprovechado de mi necesidad para arro

aber que nada mejoraría porque le había puesto esper

cidio y donde me colgaría, sobre unas tuberías re

atentar contra mi vida aquella tarde. Mientras que mi autoestima bajaba, el señor Walter se encargaba de pisotearla cuando estaba en el suelo, con sus

l lugar de comida rápida estaba repleto de gente, niños por d

adres que apuraban a las vendedoras para que se les entregue su pedido, y yo allí, tomando ordenes en las mesas. Aunque me decía a mí mi

a. —me dijo aquella señora de cabello rubio despampanante y que no pa

mientras ponía un pun

, la señora tuvo el descaro de tomarme de la m

, niña. —me dijo, mirandomé con un

sponder eso a

de trabajo aplastándome como un camión —me reí con

e comiste? —insistió, sin dej

siete de

omer? ¿Es que aquí no te pagan lo suficiente? —se es

e la pareja, escuchaban atentamente la

e echen, señor. —me disculpé, s

sentir la presencia del señor Walter, quien se había unid

olestado su servicio? —les preguntó él, con cie

libres? —le preguntó el hombre, quien se había levan

as rodillas y parecía rodar los cuarenta años, se posicionó frente a Walter,

aba breve miradas fulminantes. Apoyé mi frente sobre mi mano,

e suicidaría así que estaba m

jo es super sano, así que no se preocupe por el bienestar de nuestros empleados que están en las

sca

a soltado esa palabra de una manera inconsciente. Tragué saliva con fuerza y no sabía

a vuelto silencioso donde antes había un ruido insoportable de gente hablando—.¡No podemos comer, no nos da una hora libre para descansar y si protestamos corres el riesgo de que sea

mi hamburguesa olia a flatulencia d

Yo retrocedí unos cuantos pasos hacía atrás, viendo como la mayoria de los clientes se marchaban

el nudo del mismo que rodeaba mi cintura. Lo lancé al suelo y lo pisoteé, sin dejar

ora y sacando un par de billetes, llevandomé la paga

manejable, pero la cara de mi jefe seguía merodeandomé por la cabeza. Su cara roja, incluso su calva cabeza y sus dientes apretados al

en mente ya hace meses. Aquella noche me suicidaría, y no me cansab

ejanos, quizás algunos compañeros de la escuela. Creo que

Me senté sobre un pequeño asiento frio, oscuro y miré a ambos lados de la call

sentidos, las luces extravagantes, la gente siempre animada, el ruido d

an permitido, no podía adquirir algún sentid

cierta forma me sentía orgullosa de haber organizado ese aspecto

bil. Me senté en el primer asiento que vi y me dije a mí misma que mirara por última vez la ciudad, porque sabía que después de aquella noche, no recor

no quería una vida por al

del gran centro. Llegué y acaricie a varios gatos que merodeaban por allí. Si fuera por mí los hubiera ad

on tantas ganas de comer que quizás, mordería

amento que tenía como número un siete dorado y mal gastado p

con la pintura vieja despegandosé de la misma. Había un televisor que solo te

amento, y no tuve la suerte en ningún mome

rir quería que sea con el estómago lleno y el corazón contento. Asi que me di el lujo de pe

echo, fut

stradora de mi ex empleo y tenía ganas de comer frente a Walter para demo

de dejar todo impecable (aunque todo fuese un asco) para que

y finalmente me di una ducha. Depilé mis axilas, y toda

n quería que sea depil

cama. Me puse una ropa bastante cómoda y traje un banquillo a la habitación en el cual subiría para poder atar el cinto sobre u

si resistiría mi peso el día en el que colg

nco (que rogaba que no se rompiera) y me obligué a mi misma observar el anochecer por última vez. La luz de la lu

aba la corta vida de un

ra todo aquello. Cerré los ojos y con un último suspiro, pateé el banco y al instante me colgué

mis manos sudorosas tratando de sacarme el cinturón, fueron una lucha

en pateó la puerta de la entrada con tal escándalo que abrí los ojos de p

ier

rte misma, un hombre que no pude ni siquiera ver pero si escuchar. Me levantó en el air

por falta

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