Eleanor Hawkins, era una niña afortunada al nacer en el seno de una familia adinerada, pero a pesar de esto, su padre fue exigente en la crianza de ella.
Cómo estudiante, no le permitía que sus notas fueran mediocres, era portadora de su apellido y la educación que recibía era de nivel superior; era la heredera de una cuantiosa fortuna y por ser su única hija no le quedaba otra opción que ser educada en el rigor de números e inversiones y sin sentimientos a la hora de tomar una decisión.
Ella, se sentía orgullosa de ser una Hawkins, por generaciones el apellido había estado relacionado con armadores de barcos, era un apellido de tradición en negocios multimillonarios, y su padre Alfred Hawkins había heredado del padre de él, una habilidad y un olfato súper desarrollado a la hora de hacer una inversión.
Apenas cumplía los 12 años, y era conocida por su carácter férreo, con un genio de los mil demonios y la astucia suficiente para profetizar que sería una dura en los negocios, como su padre.
Su madre Alexia Atkinson era una bella mujer, algo tímida, muy dulce y maternal con su hija, quien siempre se quejaba de cómo ella la trataba y que no necesitaba de mimos y de arrumacos, que dejara esas boberías y tuviera un comportamiento, de una mujer de clase y sociedad.
Alexia solo sonreía y meneaba la cabeza en gesto de resignación, pues sabía que Eleanor era en carácter, la viva estampa de su padre, solo heredó de ella su extraordinaria belleza, que era lo que había cautivado a Alfred, solo cuando ella tenía diecisiete años.
Eleanor, era extraordinaria en todo lo que se proponía, le encantaba montar a caballo y lo hacía con destreza, caminaba apenas con sus doce años con una elegancia y su cuerpo, el cual ya se perfilaba hermoso, era grácil y muy atlético, a esa edad, con suaves curvas muy definidas.
Tenía ojos azul intenso, pestañas de color marrón, tez blanca, cabello con el color rojo, nariz respingada y perfilada, que sería la envidia de cualquier cirujano plástico, su boca era carnosa y de un rojo natural, sí, sería una mujer bellísima.
Alfred, su padre la veía venir hacia él y se le inflaba el pecho de orgullo; y más al saber lo implacable que sería en los negocios, era toda una digna heredera del prestigioso apellido Hawkins.
— ¿Cómo está la heredera de todo lo que poseo?— preguntó su padre al verla llegar con el ceño fruncido.
— ¡Estoy súper enojada por estar acá!— respondió ella.
Así era la vida de la pequeña heredera, con tan corta edad, ya todos sabían que le gustaba todo bien hecho y a tiempo, así que todo el personal, cuando sabían que ella vendría trataban de tener todo de punta en blanco.
— Eleanor, ya Will tiene todo listo, así que quita tu cara de severidad y vámonos— fueron las palabras de su madre al dirigirse a ella.
Ella vio duramente unos segundos al viejo Will, éste sólo bajó la cabeza en señal de disculpas, los padres y ella salieron hacia el campo abierto y disfrutar de una cabalgata mañanera y así respirar aire puro.