Años antes:
Su boca comenzó a recorrer mi mandíbula con premura. Deseoso, anhelando tocar cada centímetro de mi cuerpo. Me susurraba cuanto me ansiaba, cuanto le haría falta. A pesar de ello, lo detuve.
Las caricias, que en un momento eran de calor, pronto pasaron a ser de hielo.
Sus dedos producían en mí solo escozor, uno demasiado doloroso; provocando que me distanciara. Su sola presencia ya me era nefasta.
—Solo será un tiempo, cariño —aseguró, intentando tranquilizarme—. Esta es una gran oportunidad.
Lo era, pero para él.
Pero ¿Quién era yo para interponerse en sus sueños, en esos que tanto él había luchado?
Pese a todo, yo también estaba luchando por los míos.
—Lo sé —asentí con desazón—. Debes aprovechar esa chance, aunque nos alejemos.
Por supuesto que mis palabras salieron estudiadas, rápidas, intentando evitar aún más mi congoja.
Las separaciones, sin importar las circunstancias , siempre terminaban por una u otra razón, y yo sabía, muy dentro de mi corazón, que por mucho que yo lo amase, y él a mí, alguna fuerza poderosa se encargaría de desvanecer y de separar lo que tanto nos había unido.
Cerré los ojos, aproximándolo hacia mí con vehemencia. Aún ardía su roce, pero necesitaba de un último beso; de una despedida digna, incluso.
Lo besé con lentitud, saboreando sus labios, esos que me serían arrancados.
—Esta posibilidad no es solo para mí, mi amor —dijo con seguridad, apartándose con cuidado—. Ahorraré, ya verás. Estaremos juntos en un corto tiempo.
Sonreí, solo para brindarle seguridad. No quería llenarlo de otra maleta pesada. Tal vez estaba siendo egoísta, quizá debía ceder, como buena chica…
Él miró su reloj, para luego contemplarme. Era la hora de la despedida.
Me abrazó largo y tendido, cogiendo sus valijas. Apenas le seguí, me detuvo.
—No… —declaró con cierta ansiedad—. O será más difícil…
—Sí —contesté con una sonrisa simulada
Besó mi frente, acariciando mis mejillas, para luego agacharse y mimar a Fede.
—Te portas bien, y cuida a mamá, ¿promesa?
Mi hija de cuatro patas movió con rapidez su cola, lamiendo el rostro de mi muchacho de cabellos largos.
Nos quedamos en la puerta hasta cerciorarnos que ya nada quedaba por parte de él; solo recuerdos y una mediana ilusión de un pronto reencuentro.
—Vamos, Fede, entremos.