Durante mi adolescencia, los encuentros entre mi familia y la familia de Javier se convirtieron en capítulos entrañables de mi historia. La casa de Javier era como una extensión de la nuestra, y viceversa. Las risas resonaban en ambas viviendas mientras compartíamos cenas, celebrábamos cumpleaños y vivíamos los altibajos de la vida cotidiana juntos.
Recuerdo las tardes interminables en las que nuestros padres intercambiaban historias cómicas sobre su propia juventud, creando un vínculo aún más fuerte entre ambas familias. Las risas compartidas se mezclaban con el aroma de la comida casera que flotaba en el aire, creando un ambiente cálido y acogedor que se volvía tan característico de esos encuentros.