No existía sonido más relajante para Enrico Dumas que el que producía un piano, mientras sus dedos largos y delicados se deslizaban suavemente por cada una de las teclas, encontrando la melodía perfecta que calmara su alma, dios sabía cuánto la necesitaba en esos momentos.
— Mi padre está en el salón — Gregory, el único hijo de Enrico, irrumpió sin previo aviso esa mañana en la mansión. El joven cumpliría próximamente los veinticuatro años. Justo en ese instante estaba en la universidad estudiando administración de empresas, finanzas y todo aquello que le hiciese digno sucesor de Enrico Dumas y así convertirse en el futuro dueño de todo aquello que una vez le perteneció; era un hijo obediente, jamás se había rebelado a los designios su padre, hasta ahora.
— Si, pero su padre está…— Matilde, la vieja Nana del joven, trató de frenarlo, era sabido que cuando el señor Dumas se encerraba en el salón a tocar su piano nadie debía de molestarlo.
Enrico deslizaba rápidamente los dedos sobre las teclas del piano, la pieza que interpretaba estaba llegando al momento más álgido, al clímax de la melodía y al de las emociones que tenía ese día, el momento era perfecto su cuerpo se movía al compás que sus dedos imponían sobre el teclado del piano, justo en el instante que Gregory irrumpió en la habitación de manera abrupta, haciendo a Enrico terminar de golpe y de forma estrepitosa su interpretación al piano, volteo a observar a su hijo, su rostro reflejaba una calma que el hombre de casi 50 años no sentía. La vieja nana se quedó parada detrás del joven con la cabeza baja en señal de respeto al hombre frente a ellos antes de excusarse.
— Yo…
— Lo sé, puedes irte Matilde.
No tardó mucho en que la mujer se marchara cerrando la puerta tras de sí, dejando tanto al hijo y al padre en completo silencio y a solas.
Gregory se había paralizado ante la calma de su padre, Enrico Dumas tenía la facilidad, no solo de impresionar con su presencia, también la de inspirar miedo con tan solo observar a alguien de manera fija a través de sus ojos, claros y del color del cielo.
— ¿Qué haces ahí parado? ¿Acaso no venías a hablar conmigo? — su hijo trago pesado al escuchar sus palabras y tardo un par de segundos antes de volver a moverse y aceptar la invitación de acercarse donde se encontraba de nuevo, volviendo a interpretar una pieza clásica en su piano.
— ¿Te han comido la lengua los ratones de pronto, Gregory? — Pregunto de manera irónica Enrico mientras trataba de concentrarse en la música.
Gregory odiaba a su padre casi con la misma intensidad con la que le admiraba, entre ellos jamás había existido una relación padre e hijo, al menos no como se supone debería ser o como Gregory había visto que eran las relaciones, el joven Dumas recordó a sus compañeros en la escuela media y la manera en que sus padres parecían tratarlos, él jamás tuvo nada de eso, Él era el producto de su primer matrimonio su madre murió al dar a luz, el joven suele pensar que ese es el motivo por el cual su padre jamás estuvo de manera presencial en su vida.
— He venido a qué me expliques, ¿Qué significa esto?— saco de entre sus ropas una carta con el membrete de la empresa de su padre junto a instrucciones para que él cortejara y pretendiera a la hija de uno de los socios y mejores amigos de su padre.
—Creo que está más que claro — fue la respuesta del padre hacia su hijo, a quien apenas le dedicó una mirada rápida antes de cerrar sus ojos y dejarse llevar por la melodía que sus dedos producían.