Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
El dulce premio del caudillo
1. Primeras copas.
Es el sonido de la música lo que se intensifica mediante da otro pasos más. El alrededor ciñe cada uno de sus poros porque se mezcla el ruido, el olor a cigarro, el olor al mismo alcohol que de todos los tipos hacen que aquella multitud continúe avivandose. Avivandose ella también.
Al llegar pide los tragos. Una botella entera de tequila y otra de brandy.
Se sienta y empieza a peinarse. Dentro de la barra se nota un espejo.
Una vez que dejar de estar pendiente del bartender, se atreve a girarse.
No cree que alguien más pueda estar acompañándola, justamente en ese lugar, justamente a su lado.
Dos segundos pasan cuando, sin embargo, se paraliza. De inmediato queda prendada de la conmoción y se sutura todo pensamiento.
No hay otro lugar que ver.
Hubiese sido más decente habérselo encontrado en la parada de la calle o en un parque, pero que se lo encontrara en un bar, con media botella del propio tequila en su vestido y oliendo a cigarro, se siente más que intimidada poco. Sus ojos ambarinos están resueltos por la conmoción que llega de súbito. Le tiembla el pecho y se le contrae los músculos del rostro. ¡Realmente es él!
Está Maximiliano D'Angelo sentado a su lado y bebe del vaso que apenas acaban de entregarle.
—¡Bendito Dios!
Ella voltea la mirada y termina por sentarse.
Ruega que no la observe. Que no voltee. Pero no piensa que con su sola exclamación, con su voz a solo una distancia, no la pueda reconocer.
—¿Maya?
Se paraliza una vez más. Hace la presencia una consecuencia sobre sus sentidos.
Tiembla. Se ciñen sus pensamientos. Todo su ser. Le produce la voz del hombre a su lado y al que da la espalda un estrago de sobresalto. Pero no tarda en voltearse.
Ojos verdes la encierran. Tantas veces que ha experimentado aquella ojeada buscándola por todo los pasillos, como era la común, como era lo correcto. En tal momento, no puede existir palabras que describan cómo es que esa mirada la envuelvan y la acobijen. Y el mundo en el alrededor no parece existir. No ahora.
—Señor.
Al observarla, no puede ni pensar en apartar sus ojos, porque admira a su secretaria fuera de como siempre la ha visto. Vivaracha, las mejillas sonrosadas, una mirada brillosa, sus labios húmedos.
—Pero qué casualidad.
Entonces dice y complementa con una sonrisa.