La lluvia caía con fuerza sobre las calles de Estilo Capital, azotando las ventanas de la lujosa oficina de Adrián Vega. Las gotas golpeaban con furia el cristal, haciendo que la ciudad se difuminara en una amalgama de luces y sombras. El sonido constante del agua cayendo era lo único que se escuchaba en la habitación, un silencio absoluto que parecía más profundo de lo que era.
Adrián permanecía de pie junto a la ventana, mirando la ciudad mientras sus pensamientos se aceleraban, desbordándose como un río que ya no podía detenerse. La tormenta que azotaba la ciudad no era nada comparada con la tormenta interna que se desataba en su mente. Sabía lo que tenía que hacer, pero la incertidumbre le comía por dentro. ¿Estaba tomando la decisión correcta? ¿Era su venganza lo que realmente deseaba, o era la consecuencia inevitable de sentirse acorralado?
El sonido de un teléfono interrumpió el fluir de sus pensamientos. Lo miró, pero no lo respondió. No era el momento de hablar con nadie. No cuando la sombra de Mateo lo acechaba de nuevo. Mateo, su ex amigo y socio, un hombre que alguna vez había sido su aliado, ahora representaba todo lo que Adrián detestaba: la traición, la manipulación y la corrupción de lo que alguna vez fue una relación de confianza.
El CEO de Grupo Vega se había contenido durante meses. Había dejado que el tiempo hiciera lo suyo, que las emociones se calmaran, que la rabia se disipara. Pero ahora, había llegado el momento. Mateo había cruzado la línea, metiéndose en el terreno de lo personal. No solo había manipulado los negocios de Adrián, sino que también había acechado a Emilia, la mujer que Adrián empezaba a ver de manera diferente. La amenaza constante que representaba Mateo sobre ella lo había hecho sentir impotente y vulnerable. Y lo peor de todo era que no estaba seguro de si Emilia sentía lo mismo por él.
"Si no lo detengo ahora..." pensó Adrián mientras sus dedos acariciaban la fría superficie del cristal. "No solo perderé a Emilia, perderé todo lo que he construido."
En ese momento, una sensación de miedo recorrió su cuerpo. No era el miedo común de enfrentar a un rival. No, lo que le aterraba era la idea de perder el control, de convertirse en una marioneta de sus propios sentimientos. Adrián había aprendido a ser el hombre que todo el mundo admiraba: calculador, implacable, siempre un paso adelante. Pero lo que sentía por Emilia lo estaba derrumbando por dentro. Había algo en ella que lo desarmaba, algo que lo hacía dudar de sí mismo.
La reunión con Mateo estaba programada para la medianoche, en un lugar apartado, a las afueras de la ciudad. Adrián sabía que Mateo elegiría un lugar que le diera una falsa sensación de seguridad, un edificio en ruinas, uno de esos que el tiempo había olvidado. El lugar perfecto para una confrontación sucia. Pero Adrián ya había decidido que esta vez las reglas eran diferentes. Esta vez, no iba a haber negociación.
Salió de su oficina, su paso firme, pero su mente llena de dudas. Mientras caminaba por el pasillo de la torre corporativa, el sonido de sus pasos parecía amplificarse, como si cada uno de ellos representara un paso hacia lo desconocido. La ciudad estaba dormida, pero Adrián sabía que lo que estaba a punto de hacer cambiaría su vida para siempre.
Al llegar al estacionamiento, se dirigió a su coche, un elegante modelo negro, y encendió el motor. Las luces de la ciudad desaparecieron lentamente, dejando atrás una oscuridad que parecía envolverlo. La carretera desierta se extendía ante él, como una línea recta que lo llevaba directo hacia la confrontación. No podía evitar sentir una ligera presión en su pecho, una mezcla de ansiedad e incertidumbre que lo hacían cuestionarse si estaba tomando el camino correcto. Pero ya no había marcha atrás.
Cada kilómetro que avanzaba parecía alejarlo más de lo que conocía y acercarlo a lo que más temía: enfrentar la verdad de sus propios sentimientos. ¿Era Emilia un simple juego de emociones, o algo más? La pregunta lo atormentaba mientras manejaba, el sonido del motor y el golpeteo de la lluvia creando una atmósfera que se sentía cada vez más asfixiante. El miedo se apoderaba de él, y no por el enfrentamiento con Mateo, sino por lo que representaba. Lo que estaba a punto de hacer no solo afectaría a su relación con su antiguo socio, sino también a su relación con Emilia. ¿Podía realmente confiar en ella? ¿Era ella quien parecía ser?
Al llegar al lugar acordado, un viejo edificio que había visto mejores días, Adrián frenó bruscamente. La oscuridad era total, salvo por las sombras que se proyectaban de las ruinas del edificio. La tensión en el aire era palpable, como si la propia ciudad estuviera conteniendo la respiración. Adrián ajustó su traje, su mirada fija y decidida. No importaba lo que sucediera en esa sala. No importaba cuánto temiera. Ya había tomado su decisión.
Salió del coche y caminó hacia la entrada del edificio. Sus pasos resonaron en el vacío, creando un eco que amplificaba la soledad que sentía. Mientras se acercaba a la entrada, la incertidumbre lo invadió nuevamente. ¿Qué pasaría después de esta confrontación? ¿Sería capaz de vivir con las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer?
Cuando entró al edificio, la oscuridad era casi total. Solo la débil luz de la luna iluminaba el espacio, creando sombras largas y extrañas. Allí, en el centro de la sala, estaba Mateo. Su figura se destacaba contra el fondo oscuro, su sonrisa arrogante iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las grietas.