Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
El interminable día terminaba sin que hubiese decidido que haría, el sol comenzaba a ocultarse tras la vereda, las aves revoloteaban en busca de sus nidos, el silencio y las sombras se iban apoderando de todo a mi alrededor. Un sentimiento de inseguridad me embargaba mientras trataba de pensar en mis próximos pasos. Las campanadas de un reloj, me anunciaban que la jornada llegaba a su fin. Jamás imaginé que estuviera pasando por esta cantidad de hechos inesperados. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué fue lo que quiso decir mi abuela con esa sentencia?
Esas preguntas revoloteaban en mi cabeza sin cesar, entre otras tantas, que todavía no sabía si iba a poder darles respuestas, todo era tan excitante, extraño, misterioso y emocionante para mí que no comprendía todavía lo que me estaba pasando, y mucho menos cómo asumir eso que tenía encima de mis hombros, es decir lo que había dejado mi desconocida abuela.
Todavía parada en la escalinata, observaba a los últimos invitados perderse en la lejanía. Dejaré todo para mañana, no va a pasar nada en una noche, me dije. Deslicé mi mano por el cabello tratando de espantar esa preocupación que tenía reflejada en mi frente, que por alguna razón me hacían temer lo peor debido a las extrañas sensaciones que experimentaba.
Giré sobre mis pasos observando la inmensa casa que era de mi propiedad. ¿Seré en verdad su nieta, o se habrán confundido? Nunca nadie la mencionó, ni siquiera mis padres. De lo poco que recordaba de mi vida a su lado, estaba segura de que ellos nunca hablaron de mi abuela. ¿Por qué? Es algo que no comprendo todavía.
Todo había sucedido tan de repente, sin previo aviso, que mis sentidos se encontraban aturdidos ante la inmensidad de informaciones y vivencias a las que estaban siendo sometidos en tan corto espacio de tiempo. No podía creer que en un día había encontrado a mi abuela y la había perdido al instante. ¿Cómo me pueden estar pasando esas cosas a mí? ¿Por qué papá no puso a mi abuela como mi guardiana en vez de arreglar que fuera a estudiar a ese convento? ¿Cuáles eran esos secretos que me habían ocultado?
El reencuentro y despedida en el mismo instante. El desconocimiento total de todo lo que me rodeaba. Y esa historia nunca antes revelada que saltaba ante mí, apremiante, dejándome apenas tiempo para respirar no me dejaban pensar con claridad. Sobre todo, la incógnita de lo que estaba por conocer y que me hacía imaginar lo peor sin saber por qué era lo que más me preocupaba. Existía algo en esta casa que no podía explicar. Me sentía observada, vigilada, casi desnudada por miradas que por mucho que giraba mi cabeza en busca de las personas que me miraban, no podía ver a nadie. Mi vida de pronto empezó a desfilar por delante de mis ojos.
Retrospectiva:
Mi nombre es Ángel, soy hija única, mi niñez transcurría apaciblemente en un pequeño poblado de apenas una docena de casitas de campo con hermosos jardines, donde las personas eran muy amables y cariñosas. Tenía los mejores padres que se pudieran desear, se la pasaban todo el tiempo conmigo, no me dejaban sola un momento, me educaban ellos mismos, y jugaban sin cansarse.
—Ángel, ven acá tenemos que hablar.
Escuché la voz de papá llamándome desde el salón. Salí corriendo porque pensaba que era otra de sus bromas donde al final jugábamos sin parar. Sin embargo, al desembocar sonriente en la habitación, las miradas de mis padres me desconcertaron. Sus ojos estaban rojos como si hubieran llorado mucho, mamá corrió a mi encuentro y me abrazó muy fuerte, luego nos sentamos al lado de papá que nos abrazó a las dos.
A mi corta edad, comprendía que algo muy serio pasaba para que ambos se comportaran así, por lo que los abracé atrás sin preguntar nada. Permanecimos así por un gran rato, hasta que nos separamos, y fue papá quien empezó a hablar.
—Mi angelito, ¿sabes que papá te ama? ¿Verdad?
—Sí, papi.
—¿Y mamá te ama también?
—¡Lo sé, los dos me aman y yo los amo más!
Respondiendo como acostumbraba a hacer cuando jugamos al juego de ver quien se quería más. Sin embargo, ellos siguieron serios y hasta se enjugaron algunas lágrimas. Me quedé quieta sintiendo que algo estaba muy mal.
—Cariño, te decimos qué te amamos, y queremos que jamás lo olvides. Como tampoco debes olvidar que todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien.
—Bebé de mamá, mañana deberás ir a estudiar…
—¿Mañana? ¡Pero si es domingo mamá, no hay clases! —La interrumpí.
—A esta escuela nueva que vas si hay —dijo papá y me giré a verlo.
—¿Escuela nueva? —pregunté sin entender de qué hablaban.
—Sí, a partir de mañana irás a una escuela nueva. —Habló mamá con suavidad y cariño.
—Ya tengo una escuela, ¿para qué necesito otra? —pregunté.
—Es una escuela muy linda donde te cuidarán muy bien. —Explicó papá.
Me quedé observándolo muy seria, mientras en mi pequeña mente de niña me hacía varias conjeturas. ¿Por qué tenía que ir a una escuela nueva, si la mayoría de las clases me las daban ellos en la casa. Solo iba a la escuela cuando papá daba clases y no me separaba de él. Si salíamos al receso al patio a jugar, él iba y se paraba a vigilarme, por lo que apenas tuve roce con mis compañeros. No obstante, eso no quita que quiera cambiarlos.
—¡No quiero otra escuela papá! —Protesté vehementemente, con la convicción que como siempre me complacerían.