Levantarme temprano en la mañana a pesar de no tener entrenamiento, es algo que ya se me hace "costumbre". Suplico por media hora más, pero mi cuerpo responde con gruñidos para que me levante y aún en contra de mi voluntad lo hago, contando con que lo último que deseo es desperdiciar durmiendo hasta tarde, los últimos días de verano que me quedan antes de convertirme en una adulta a toda ley, y comenzar un verdadero empleo de tiempo completo.
Ha mediado de septiembre comenzaré a trabajar en un Bufete de abogados de la ciudad en donde trabaja el padre de Meredith, mi mejor amiga desde la infancia.
Luego de una larga ducha me pongo un vestido de verano, azul turqués floreado de corte veraniego con una chaqueta de hilo color blanco y unas zapatillas deportivas. La verdad es que no es la típica ropa atrevida que una mujer de 24 años se pone, pero a mí me gusta. Salgo a las calles de mi ciudad dejando que el calor del sol me abrace, mientras disfruto de los olores que emanan los pequeños negocios.
A los 3 años Helen y Jack (mis padres), me adoptaron y decidieron mudarse a esta ciudad. Desde entonces vivo en Detroit, tiene una población de 886,671 habitantes. Fue fundada en 1701 por comerciantes de pieles franceses, quienes a finales del siglo XIX la apodaron la Paris del Oeste. Amo mi ciudad y adoro su historia y creo que eso es algo evidente.
– ¡Mierda!
«Terminar de rodillas en el suelo no es mi idea de comenzar el día, pero ¿cuándo las cosas me han salido como las planeo?»
A duras penas logro evitar que mi rostro se lleve un gran impacto que me habría dejado unas horribles marcas y ya con eso puedo sentirme agradecida. La peor parte se la llevó mis rodillas y mis manos que frenaron el impacto, esto me va a doler como el infierno dentro de un rato.
«Creer que esta penosa caída es todo lo que a alguien como yo le puede suceder en un solo día es un tremendo error, pues ... la mala suerte va tomada de la mano con la torpeza aferradas a mi cintura.»
Maldigo mi suerte unas 3 veces por lo bajo, aún en el suelo, harta de que estas cosas me sucedan siempre, pero una ráfaga de viento me cruza por la espalda, haciendo que el vuelo del vestido se alce dejando al descubierto una no muy "apropiada" por así decirlo, ropa interior.
– ¡Eyy, linda ropa interior! – grita un chico que pasa a mi lado en su bici.
Sin levantarme del suelo ni elevar el rostro para verlo, alzo la mano derecha en forma de saludo –. ¡Gracias! – grito tontamente dándome cuenta muy tarde de lo que he hecho.
Mi frustración está llegando a su límite y para estas alturas mis mejillas deben estar como tomate de pura rabia –. Una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas … inhala, cuatro ovejitas, cinco ovejitas … exhala, seis ovejitas… – digo para mí intentando calmarme.
Continuó contando por lo bajo mientras guardo mi trasero.
¿En serio le acabo de dar las gracias por celebrarme la ropa interior? – Soy una cabezota sin remedio, por suerte me puse la……. ¿cuál me puse hoy? – hablo en voz alta recordando que mi desgracia nunca tiene fin.
«O no, o no, tierra trágame y escúpeme en el infierno, júrame que no traigo puesta la tanga que me obsequió la señora Olga en el intercambio de regalos por navidad.»
Claro que sí … por supuesto que traigo puesta la braga color rosa pálido decorada con corazoncitos y estrellas de brillo con un gran letrero detrás que dice: AMO A MI y justo debajo de esas palabras una enorme y verde tortuga.
Esto quizás no sería tan vergonzoso si tuviera ... digamos 15 o 17 …. ok sí, sí sería igual de vergonzoso, solo que para mí lo es aún más, porque tengo 24 y me faltan 3 días para cumplir 25.
– Seis ovejitas, siete ovejitas, ocho ovejitas … inhala, nueve ovejitas … exhala, diez ovejitas ….
Unas veinte ovejitas después y ya estoy algo más calmada.
Sí, sí, pues, ¿qué se puede decir? Esto solo se suma a una larga y extensa lista de vergonzosas escenas protagonizadas por … mí, mientras que algo me grita que si mi suerte cambia no es para mejor.
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– Lis, vamos ya es hora de despertar cariño – pide mi madre dejando un beso en mi mejilla.
– Mamá, por favor, solo 5 minutos más – suplico en vano conociendo la respuesta de antemano.
– Lis ya está amaneciendo y llegarás tarde a tu práctica – refunfuña cansada de lidiar con su hija ya más que adulta.
– ¡Por Dios! – me quejo haciendo un mohín para luego enroscarme un poco más en las sábanas y adormilarme otra vez. El hecho de que no me guste desperdiciar mis últimos días de libertad, no quiere decir que me agrade despertar a la seis de la mañana.
– ¡Lis! – su voz me toma por sorpresa haciéndome dar un respingo en la cama.
– Ya voy, ya me estoy levantando –. Me incorporo como puedo aún algo adormilada, llevándome tremendo golpe en el dedo pequeño del pie con la esquina de la pared –. ¡¡Mierda!! – grito abriendo los ojos de golpe y quedando ahora muy despierta.
– Niña, ¿con esa boca me besarás? – reprende una muy molesta Helen.
Alzo el pie lastimado haciendo presión con ambas manos dejando como soporte de mi cuerpo únicamente mi pierna derecha –. Auch, auch – me lamento distrayéndome, lo cual no es buena idea. Naturalmente para mí, pierdo el equilibrio y en un intento por estabilizarme sin colocar el pie dañado en el suelo, giro sobre mi eje en busca de una pared cercana y al aproximarme a ella con una mano esta me falla, y termino con el rostro incrustado en la pared.
Treinta minutos después de maldecir y quejarme del odio prominente que me tiene el mundo, ya voy bajando las escaleras de dos en dos y milagrosamente sin tropezarme ni caerme.
Jum, creo que mi día va a mejorar un poco hoy – celebro esperanzada.
– Ma, ¿qué hay para desayunar? – Pongo cara de perrito lloviznado y muy hambriento.
– Solo hay cereal de trigo con leche y frutas para ti hoy jovencita.
– ¿Qué? o vamos mamá, podías haber preparado algo más delicioso y dulce, suculento –. Casi se me chorrea la baba de la boca por pensar en unos Waffles.