Adam camina por en medio del campus con el pecho erguido y un aire de superioridad que oculta sus demonios internos. Durante su andar, se gana las miradas de deseo, envidia y admiración de los presentes. Siempre ha sido el tipo popular con quien todas quieren ligar y con quien los chicos buscan tener una amistad cercana.
Posee el porte y carisma del típico galán rubio, de ojos celestes y cabello abundante. Sumándole a esto, el cuerpo atlético y la buena altura, que es el resultado del tiempo que le dedica al gimnasio varios días a la semana y a sus caminatas matutinas; sin embargo, gran parte de su buen estado físico se lo debe a su deporte favorito, el skateboarding.
—Hola, rubito —lo saluda su mejor amigo, con quien choca los puños.
—¡Qué tal, Adolfino! —le devuelve el saludo. Menciona el segundo nombre para molestarlo, puesto que sabe que él lo odia con todas sus fuerzas.
—¡Qué cabrón! Dizque “Adolfino” —se burla Jason, el tercer chico del grupo, y ríe a carcajadas porque sabe que eso le molesta. Adam se une a las risas que se expresan con sorna, ganando una mirada asesina de parte del mestizo.
—Ja, ja… ¡Qué gracioso! —contesta Ricky, su mejor amigo, con un tono sarcástico. De repente, sonríe malicioso y cambia de tema—: ¿A cuántas chicas les romperás el corazón en la uni?
«Estos amigos míos me hacen quedar como un cretino», piensa indignado.
—A ninguna. Esta temporada será diferente, ya que voy a sentar cabeza y terminaré mi carrera con honores; ya verán —responde airoso y muy seguro.
En ese momento, los dos chicos lo abuchean con sorna.
—Eso decías en la preparatoria —se burla Ricky.
—Miren quién viene ahí… —informa Jason de forma repentina, lo que rompe el hilo de la tonta charla anterior.
Por inercia, los tres jóvenes se voltean para admirar a Sandra, una compañera de la escuela que al parecer estudiará en la misma universidad que ellos.
En completo mutismo, el grupo contempla a la joven mujer, quien da la impresión de que camina en cámara lenta con sus pasos certeros y seguros mientras sonríe en dirección a ellos con aire de superioridad.
Sus piernas tonificadas, largas y bronceadas se encuentran a la intemperie, debido a que su falda ajustada no tiene suficiente tela para cubrirlas. Su cabello negro, lacio y brilloso se mueve de un lado a otro a la par con su andar grácil.
Sus labios son rojos como el carmesí y se ensanchan con coquetería; pero aquella vista fantasiosa les afecta a los amigos de Adam, menos a él, a quien la tal Sandra no le provoca ni el más mínimo deseo.
—Hola, chicos —saluda ella con gestos coquetos que buscan llamar la atención de los tres jóvenes, en especial de Adam.
—¡Cómo me gustaría ser ese chicle! —exclama Ricky y se relame los labios.
«¡Qué patético!», exclama Adam para sí, como respuesta al piropo de su amigo.
—Ojos celestes, espero que me invites a tomar un trago un día de estos. —Ella se dirige a Adam con voz seductora, al tiempo que juega con un mechón de su cabello.
«Jamás...», niega él en su interior.
—Claro, un día de estos —responde con hipocresía.
—Esperaré ansiosa, bombón. —Le guiña un ojo. Esa acción es el detonador para que sus amigos celebren con palmadas, que le atinan a Adam en los hombros; silbidos y palabras imprudentes. Ella, por su parte, retoma su camino con aire de victoria.
—No sé qué le ven. Ni siquiera besa bien… —comenta Adam cuando la chica se aleja. De repente, él aprieta los labios al caer en cuenta de que habló de más.
—¿Te besaste con Sandra? —inquiere Jason con cierto reproche. Tanto él, como Ricky lo miran como si fuera el hombre más afortunado del mundo, aunque la envidia denota en sus expresiones.
«Pues sí... Creo que hicimos un poco más que besarnos», contesta en su mente lo que no se atreve a pronunciar con sus labios.
—No, ¿cómo creen? Sandra es del pueblo. Liarme con ella sería como si me tirara a una celebridad —miente con descaro.
—Pues tú eras algo similar a una celebridad en la escuela… —responde Jason. Adam deja de escucharlo porque su atención se enfoca en otra dirección.
De un momento a otro, el chico rubio siente como si todo a su alrededor se tornara borroso y los sonidos desaparecieran. Se queda helado y en completo mutismo, de igual manera, mantiene la boca abierta y peligra en salírsele las babas.
Y sí, la culpable de su estado atolondrado es una chica, quien camina distraída mientras abraza contra su pecho a un libro grande y que, al parecer, no le cabe en la mochila que lleva sobre su espalda.
Le llama la atención su semblante tímido y pasos inseguros, como si fuera un cachorro asustado y perdido. Adam detalla a la desconocida con fascinación y se lame los labios por instinto al gustarle todo lo que ve en ella: El cabello color chocolate que cae perfecto por debajo de sus hombros y sus ojitos cafés que miran el lugar con admiración.
Él se entretiene con los pasos vacilantes de la chica, su porte inocente y la manera cohibida de evitar cruzar miradas con las demás personas.
«¡Qué niña tan rara!», piensa sin dejar de observarla, «Pero sus labios son lindos», aprecia.
Para él ella es la perfección encarnada, aunque no cumple con los estándares de belleza al que está acostumbrado, ya que sus piernas son cortas y llenitas, su rostro no lleva maquillaje y su figura curvilínea no luce esbelta ni con pechos perfectos. Sin embargo, aquel vestido que termina por debajo de sus rodillas y que, combina con el rosa natural de su boca, resalta un cuerpo delicado y agradable a la vista.
«¿Qué rayos me está sucediendo?», se cuestiona asustado, debido a la ola de emociones que lo embarga.
Es la primera vez que tiene ese deslumbramiento por una chica y que el corazón le late tan fuerte por una extraña.
—Oye... —Ricky lo sacude para traerlo de vuelta a la realidad—. ¿Estás bien?