Lila contaba los billetes con manos temblorosas. No era miedo lo que sentía... era excitación pura. Su pequeño tesoro, fruto de meses sirviendo cafés con sonrisa de ángel y mirada peligrosa, por fin estaba completo. Se mordió el labio inferior, saboreando la anticipación como quien se demora en el primer sorbo de un vino fuerte.
Vestía un vestido blanco, liviano como una caricia. Caía sobre su piel con inocencia fingida, dejando entrever más de lo que cubría. Cada movimiento suyo era una contradicción hermosa: ternura envuelta en deseo, pecado disfrazado de pureza. Sabía el efecto que causaba. Lo veía en las miradas que se quedaban demasiado tiempo, en los silencios que provocaba. Y aunque a veces jugaba a la indiferencia, la verdad era que le encantaba.
Le sonrió al dueño del pequeño local, en esa calle angosta y polvorienta de Cebú, y le entregó la vieja lata de galletas que había usado como alcancía.
-Aquí está -dijo con esa mezcla suya de dulzura y promesa-. ¿Cuándo puedo empezar con las remodelaciones?
El anciano tomó la lata con una leve reverencia, como si entendiera que no estaba frente a cualquier clienta.
-Puedes comenzar esta misma semana, pero primero...
El tintineo de la campana sobre la puerta lo interrumpió. Lila apenas alcanzó a girarse cuando un joven encapuchado irrumpió en el local. Sin titubear, le arrancó la lata de las manos al anciano y salió corriendo.
-¡No! -gritó Lila, pero su grito fue más instinto que miedo. Lo que la recorrió entonces no fue el pánico... fue la adrenalina. Pura, chispeante, embriagadora. Su corazón golpeaba con fuerza; sus sentidos, agudos como nunca. El ladrón se escabullía entre los vendedores del mercado, empujando cuerpos como si no existieran. Lila salió tras él. Sabía que no lo alcanzaría, pero algo en ella necesitaba correr.
A unos metros, Aroon y Thanom la vieron. Desde su puesto de maíz hervido, sus miradas se cruzaron un segundo, y no hizo falta decir nada.
-¡Es el dinero de Lila! -bramó Aroon, ya en movimiento.
Thanom no respondió. Solo corrió. Su cuerpo delgado se deslizaba con precisión felina, mientras Aroon, más corpulento, lo seguía con el ímpetu de una tormenta.
La persecución fue caos. Gente gritando, frutas cayendo al suelo, una maraña de pasos que retumbaban entre los callejones. El ladrón dobló por uno especialmente angosto, donde la luz apenas arañaba las paredes sucias. Resbaló. Apenas un segundo. Pero fue suficiente.
Aroon se le echó encima como un animal salvaje. Rodaron entre basura, charcos oscuros y gritos. Thanom llegó justo después, directo y letal, propinando un golpe seco al costado del ladrón. La lata salió disparada y rodó por el suelo hasta abrirse, escupiendo billetes húmedos y arrugados.
Lila apareció jadeando. Su pecho subía y bajaba bajo el vestido fino, su piel pegada al cuerpo por el calor, por el esfuerzo... por la tensión. Se arrodilló de inmediato, no por miedo a perder el dinero, sino por el espectáculo que tenía ante los ojos: dos hombres peleando por ella. Por su causa. Por su deseo.
El ladrón no se daba por vencido. Se soltó de Aroon, empujó a Thanom con fuerza, pero ya era tarde.
-No esta vez -gruñó Aroon, y tomó una caja de madera que lanzó sin pensar.
El golpe lo hizo caer. Un par de vendedores se abalanzaron para inmovilizarlo. Aroon y Thanom recuperaron la lata con manos firmes y mirada encendida.
Lila la tomó. Las manos le temblaban, sí, pero no por lo que había perdido... sino por lo que acababa de ganar. Algunos billetes estaban sucios, otros húmedos, pero seguían allí. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No de tristeza. De algo más íntimo. Más oscuro.
-Gracias... -susurró.
Su voz era un hechizo. Un lazo invisible. Un inicio sin regreso.
Aroon y Thanom no respondieron. Se miraron el uno al otro, conscientes de lo que habían hecho. Y de lo que acababa de empezar.
FLASHBACK: El Primer Encuentro
La primera vez que Lila los vio, el calor la envolvía como una segunda piel. Recién llegada a Cebú, cansada y hambrienta, se detuvo frente a un pequeño puesto de maíz. Vestía una falda corta y una blusa suelta, demasiado liviana para esconder su presencia. Sus clavículas brillaban con el sudor del viaje. Sus ojos, sin embargo, no conocían el cansancio.
Aroon fue el primero en acercarse. Siempre lo era.