"Tiene forma de mariposa", le dijo el médico con una sonrisa. Era una mariposa marcada a fuego en la pierna de una niña de ocho años.
Adele le devolvió la sonrisa, una sonrisa hueca, vacía, o tal vez demasiado llena de dolor. Aquella mariposa sería el recuerdo perenne de cómo murieron sus padres. Un tatuaje que le recordaría su soledad.
Era demasiado para alguien tan joven, y, sin embargo, ella se aferraba con fuerza a la mano de su futuro padre, conteniendo las ganas de llorar.
-Hoy volverás a tener una familia, Adele. No será como la que tenías, y nunca la reemplazará, pero no estarás sola -dijo el hombre.
El tono dulce de ese hombre alto y serio la calmaba de alguna manera. Lo conocía desde que nació: era su padrino, y lo amaba con todo su pequeño corazoncito, pero no era su padre. A pesar de eso, Adele, a sus tiernos años, tuvo que aprender que a veces la vida podía ser dura y sombría. Se encogió de hombros y cruzó el umbral de aquella enorme casa para formar parte de su nueva familia: los Martin.
Un día, en la escuela, descubrió que los hijos de ese hombre dulce eran sus hermanos. Los niños se burlaban de ella por ser la acogida de los Martin, por ser una extraña, por quedarse sola en los recreos sin querer hablar con nadie. "Rarita", la llamaban. Entonces, Lucas se plantó frente a los abusadores y les rompió la boca, mientras Lele, a su manera, también hacía lo suyo. Ambos terminaron en la dirección, y Francis tuvo que ir por ellos.
-Estaban molestando a mi hermana -fue toda la excusa que presentó Lucas.
Adele lo miró, sorprendida, acongojada y llena de alegría. Lucas le guiñó un ojo.
Desde ese día, el mundo de la mariposa cambió por completo. Los tres comenzaron a andar juntos a todas partes, y ella no se despegaba de ellos. Corría carreras con Lele en la parte trasera de la casona, y Lucas le enseñaba jugadas de ajedrez.
Pasaron las primaveras de los bailes, los veranos de vacaciones en la playa, y Adele fue creciendo junto a sus hermanos hasta convertirse en una hermosa joven de dieciocho años. Para Francis, era tan parecida a su madre.
Ese día, en su cumpleaños, la crisálida se rompió.
Toda la familia salió a cenar para celebrarla: Francis, Lucas, Lele y Norma. Adele estrenó un vestido azul para la ocasión. Regresaron del brazo de sus hermanos para una noche de películas en el sofá. Se acomodaron frente al televisor, y los tres se cubrieron con una sola manta mientras compartían chocolates. No importaba que Lucas ya tuviera 26 años y estudiara en la universidad, ni que Lele, con 16, aún se escondiera bajo la manta en las primeras escenas de miedo, o que Adele, con 18 recién cumplidos, se riera a carcajadas de los sobresaltos de su hermano.
-Todavía se comportan como niños -comentó Norma.
-Son hermanos. Entre ellos siempre será así -le respondió Francis mientras se iban a dormir.
Lele se quedó dormido, como siempre, y Adele le insistió para que se fuera a la cama. Entonces, se quedaron solos, ella y Lucas, que se veía raro, nervioso. Le tomó la mano bajo la manta y Adele lo miró desconcertada. Parecía que ese contacto le dio valor para correrle un mechón de cabello detrás de la oreja. La miraba de una forma extraña.
-¿Qué pasa, Lucas?
-Nada...
Pero ese "nada" se transformó en un acercamiento y en un intento de besarla.
-¡¿Qué haces?! -le dijo asustada, poniéndose de pie.
Lucas también se levantó, y mirándola a los ojos, le dijo:
-Te amo, Adele. Cásate conmigo.
-¿Qué?
-Eso... Te amo.
Lo decía muy serio. Lucas nunca era serio. Adele estalló en carcajadas.
-¿Es una broma? ¡Ahora entrará Lele a lanzarme algo a la cabeza! ¡Lele, ya lo descubrí, entra! -dijo mirando hacia la puerta, con las manos en la cintura.
-¿Te parece que es una broma? -El tono de Lucas había pasado de dulce y tierno a duro y ronco.
-Tiene que serlo... -respondió ella, perpleja.
-¡No, Adele, no es una broma!
Sus manos se enredaron en la fina cintura de ella y la atrajo hacia sí. Al principio, Adele se sorprendió, pero cuando intentó soltarse, él no la dejaba. El forcejeo se intensificó.
-¡Déjame, Lucas!
-¡NO! ¿Qué es lo que no entiendes? ¡Te amo!
-¡Dices estupideces! ¡Suéltame!
-¡ADELE! ¡Basta! ¿Por qué me rechazas?
-¡Eres mi hermano!
-¡NO LO SOY!
De nuevo, intentó besarla, tal vez creyendo que así lo entendería, pero Adele le dio un empujón con todas sus fuerzas y trató de salir de la habitación. Antes de que alcanzara la puerta, él ya la había aprisionado con su cuerpo, y las lágrimas comenzaron a brotar.
-¿Por qué, Adele? Te he visto crecer, te has convertido en una mujer hermosa... tan hermosa -le susurró, rozando su mejilla con la punta de la nariz.
-Por favor, Lucas... por favor, déjame ir -suplicó ella, pero él no escuchaba.
-Tuve que esperar hasta esta noche para decirte lo que siento. Ya no tengo que esconderme para desearte, para querer tocarte... Cásate conmigo, quiero tenerte toda la vida.
-¡NO!
Los continuos rechazos lo enfurecían. ¿Cómo que no? ¿Acaso ella no lo amaba? Golpeó la madera junto a su cabeza.
-¡¿Es por el noviecito que tienes?! ¿Vas a decirme que estás enamorada de ese imberbe?
-¡Eres mi hermano, estúpido! ¡Déjame salir!
-¡Esa boca!
Otro golpe a la puerta, seguido por la voz autoritaria de Francis, gritando desde el otro lado.
-¿Qué está sucediendo ahí dentro? ¡Abre la puerta, Lucas! ¡AHORA!
-¡Lárgate, papá!
-¡ABRE LA PUERTA, MOCOSO!